Durante la celebración cristiana de la Pascua en la Antigüedad recibían los adultos que se habían abrazado la fe, es decir, los catecúmenos que habían recibido la Catequesis, el sacramento del Bautismo. Para ello disponían los templos de la época de un recinto especial, unido al edificio principal pero no confundido con él, llamado baptisterio. Son abundantes los ejemplos de baptisterios que disponemos en la geografía espiritual de Europa. Solía tratarse de edificios octogonales, debido al significado simbólico del número ocho como nueva creación (dos veces cuatro: cuatro son los elementos del mundo -agua, tierra, fuego y aire-, y en la repetición alude a la nueva creación operada en el bautismo), y que tenían en el centro una piscina, en la que entraban los catecúmenos hasta sumergirse por completo en el agua, y salían por el lado contrario, en dirección a la iglesia, donde eran ungidos con el Santo Crisma.
Las catequesis bautismales de la época han llegado a nosotros con toda su riqueza espiritual, y hay que comprenderlas precisamente en este contexto, no sólo espacial, sino sobre todo espiritual. Así lo hemos leído hoy en el Oficio de Vigilias: Pues, así como nuestro Salvador pasó en el seno de la tierra tres días y tres noches, de la misma manera vosotros habéis imitado con vuestra primera emersión el primer día que Cristo estuvo en la tierra, y, con vuestra inmersión, la primera noche. Porque, así como de noche no vemos nada y, en cambio, de día lo percibimos todo, del mismo modo en vuestra inmersión, como si fuera de noche, no pudisteis ver nada; en cambio, al emerger os pareció encontraros en pleno día; y en un mismo momento os encontrasteis muertos y nacidos, y aquella agua salvadora os sirvió a la vez de sepulcro y de madre.
Uno de estos baptisterio es el de la ciudad galo-romana de Poitiers, tan rica en tradición cristiana, como vimos durante el tiempo de Pasión a propósito de la reliquia de la Santa Cruz de santa Radegunda para la que Venancio Fortunato compuso sus célebres himnos.
El Baptisterio de san Juan Bautista de Poitiers data del siglo IV, aunque ha sufrido diversas reformas con el paso del tiempo. En una época posterior, fue adornado con frescos, al no poder contar con los suntuosos mosaicos que adornaban los baptisterio y templos romanos o bizantinos. En cualquier caso, la belleza de este lugar sacro nos habla de la regeneración espiritual operada en el bautismo, abrazada libre y conscientemente por aquellas primera generaciones de cristianos, a las que con admiración contemplamos todavía hoy.
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