San Isidoro vivió en el sur de la Hispania antigua. Pasados los siglos, el rey Fernando I de Castilla, aprovechando la debilidad política que sucedió a la disolución del califato de Córdoba, consiguió hacia el 1063 el traslado de las reliquias del santo a su capital leonesa. Por esto motivo, aunque san Isidoro tenga por apellido la ciudad de Sevilla, su último descanso ha quedado ligado a la ciudad de León.
A tal efecto, el rey Fernando y su esposa Sancha, habilitaron un templo en el monasterio de San Pelayo, en el cual residían cuando se encontraban en dicha ciudad. Y lo hicieron en el nuevo estilo constructivo que comenzaba a invadir los reinos cristianos del norte de España: el románico europeo.
Así nació la que hoy conocemos como Basílica de San Isidoro, uno de los conjuntos más interesantes del románico europeo, con valiosa arquitectura, escultura, pintura, orfebrería y bilbioteca románicas.
Pero, sin duda alguna, lo más valioso de la Basílica es la urna que contiene las reliquias del santo Isidoro, el maestra de Hispania, el santo que supo unificar en torno a la fe católica los restos del naufragio hispano del Imperio romano, haciendo brillar durante más de un siglo la luz de una civilización que se resistía a extinguirse.
Es característico de este lugar el hecho de mantener, desde tiempos inmemoriales, la adoración perpetua del Santísimo Sacramento.
La Basílica está atendida por un Cabildo de canónigos; antaño se regían por la Regla de San Agustín. Hoy, sin sacerdotes seculares, que atienden con esmero la cuidada liturgia de este lugar sagrado.
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