Este martes primero de cuaresma contemplamos, de forma especial, el misterio de la Santísima Trinidad, no sólo de forma especulativa, sino sobre todo mediante la oración. En el Evangelio Jesús nos enseña a orar, llamando a Dios Padre. El Espíritu Santo nos mueve, cada vez que oramos, a confiar en Dios como Padre nuestro, que nos lo ha dado todo a través de Jesucristo, su Hijo.
Por eso, queremos visitar hoy a través de esta entrada uno de los retablos más sorprendentes del arte medieval: el de la Cartuja de Miraflores, la genial obra de Diego de Siloé, en la que se representa la Trinidad, en el centro de un círculo, en torno a la Cruz. La vigilia de Navidad de 1499 se acababa de asentar el retablo mayor de la cartuja de Miraflores completando, así, el presbiterio de la elegante iglesia de los Colonia y convirtiéndolo, definitivamente, en uno de los máximos puntos de referencia del último gótico europeo. Tres años antes habían dado comienzo las obras, siendo responsables de todo, una vez más, maestre Gil y Diego de la Cruz.
Gil de Silóe creó una forma que, una vez más, parece no tener precedentes claros en la escultura. Esquemas parciales, como los círculos inscritos en otro mayor, que es la rueda de los ángeles que rodean al Crucificado, pueden encontrarse sobre todo en la miniatura. La idea general se asemeja a un gran tapiz. En conjunto obedece a un esquema geométrico muy riguroso y fue necesario crear una estructura, mucho más complicada que la del retablo de la catedral de Burgos, como soporte de todas las imágenes. El rectángulo total se divide en dos muy claramente diferenciados. El superior se centra en la Crucifixión, donde Cristo es el eje de simetría principal. La rueda de ángeles mayor es tangente arriba y abajo y otras cuatro menores se sitúan en los ángulos, ocupadas por los evangelistas. La Cruz divide en cuatro partes la central de modo que cada una de éstas sea ocupada por nuevos círculos. En la zona inferior predominan las verticales, potenciadas por cuatro figuras de santos de considerable tamaño. La zona limitada por ellas se divide en dos pisos, con círculos en el superior y rectángulos en el inferior.
La monumental Crucifixión está en la misma línea y el pelicano sobre la cabeza de Cristo, además de ser figura suya en múltiples contextos contemporáneos, resalta el sentido sacrificial y soteriológico general. La presencia de la Trinidad es notable por su modo de representación en lo que afecta a la humanizada personalidad del Espíritu, en forma femenina, que flanquea la Cruz como el Padre.
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