Santiago de Compostela es uno de los lugares santos por excelencia del Cristianismo. En torno a la tumba del Apóstol Santiago, se fueron acumulando símbolos que aluden a la condición peregrina del ser humano, en camino al encuentro con Dios. Uno de estos lugares sacros es la Puerta Santa. Es una puerta, abierta en el ábside del templo, que se abre los Años Santos Compostelanos, por la cual los peregrinos acceden a la cabecera del templo y ganan, de este forma, la indulgencia plenaria cuando cumplen las condiciones requeridas.
La Puerta Santa es uno de los lugares que mejores expresan el misterio de la misericordia de Dios, que perdona nuestros pecados y nos da acceso a él por medio de Cristo. Yo soy la Puerta, dice el Señor en el Evangelio según san Juan, y por él entran las ovejas que acceden al Padre. Dios es, pues, esencialmente misericordia, acogida, amor.
La Puerta Santa se abre siempre que la Solemnidad del Apóstol, 25 de julio, cae en domingo. Se viene celebrando desde el año 1122, cuando fue instituido por el papa Calixto II. Es anterior, pues, al Año Santo Romano, cuya liturgia de apertura y cierra de las Puertas Santas, de hecho, está copiada de la compostelana.
La idea del año jubilar tiene su fundamento en los textos del Antiguo Testamento. La ley de Moisés establecía en determinados años el perdón de todas las deudas y la redistribución de los bienes entre los miembros de la comunidad. Se trataba de actos de misericordia hacia los pobres y desvalidos. De ahí viene la idea de, cada cierto número de años, establecer un Año Santo en el que la Iglesia concede especiales gracias. Al igual que en la parábola del Hijo Pródigo, el Padre nos abre la puerta de su corazón, para que podamos retornar en la peregrinación de nuestra vida. Las puertas de su misericordia se nos abren de par en par. La Puerta Santa de Compostela es tan limitada en su significado como todos los símbolos, pues la misericordia de Dios no conoce plazos o años especiales, sino que nos espera a lo largo de toda nuestra existencia.
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