Descendemos hoy a las catacumbas de Roma con motivo de la memoria del mártir san Justino. Entre los Padres del siglo II su vida es la mejor conocida, y la que proviene de los documentos más auténticos. En ambos, las Apologías y su Diálogo él da muchos detalles personales, por ejemplo, acerca de sus estudios en filosofía y sobre su conversión; ellos no son, sin embargo, una autobiografía, pero están parcialmente idealizados, y hay necesidad de distinguir en ellos entre poesía y verdad; empero, ellos nos proveen con varias pistas valiosas y confiables. Para su martirio tenemos documentos de indiscutible autoridad. En primera línea, en su Apología él se llama a sí mismo Justino, el hijo de Priscos, hijo de Baccheios, de Flavia Neápolis, en la Siria palestina. Flavia Neápolis, su pueblo natal, fundado por Vespasiano, fue construido en un lugar llamado Mabortha, o Mamortha, bastante cerca de Siquem. Sus habitantes eran todos, o en su mayoría, paganos. Los nombres del padre y abuelo de Justino sugieren un origen pagano, y él habla de sí mismo como incircunciso. La fecha de su nacimiento es incierta, pero parece haber sido en los primeros años del siglo II.
Recibió una buena educación en filosofía, relato que nos da al principio de su Diálogo con el Judío Trifón; primero estuvo bajo la enseñanza de un estoico, pero después de algún tiempo encontró que no había aprendido nada sobre Dios y que su maestro no tenía nada que enseñarle sobre ese tema. Conoció a un peripatético, el cual lo recibió con gusto al principio pero luego le exigió el pago por sus servicios, lo cual demostraba que no era un filósofo. Un pitagórico se negó a enseñarle nada hasta que el aprendiera música, astronomía y geometría. Finalmente un platónico llegó a la escena y por algún tiempo complació a Justino.
Cuando yo era discípulo de Platón”, escribe, “oyendo las acusaciones hechas contra los cristianos y viéndolos intrépidos ante la muerte y ante todo lo que los hombres temen, me dije a mí mismo que era imposible que ellos pudieran vivir en el mal y en el amor al placer. Ambos relatos presentan los dos aspectos del cristianismo que mayormente influenciaron a San Justino; en las Apologías él es movido por su belleza moral, en el Diálogo por su verdad. San Justino vivió algún tiempo en Éfeso; las actas de su martirio nos dicen que él fue a Roma dos veces y vivió cerca de los baños de Timoteo con un hombre llamado Martín. El enseñó catecismo allí, y en las antes mencionadas actas de su martirio leemos que muchos de sus discípulos fueron condenados con él.
En su segunda Apología Justino dice: Yo, también, espero ser perseguido y crucificado por alguno de aquellos que he mencionado, o por Crescens, ese amigo del ruido y la ostentación. De hecho Tatiano relata que el filósofo cínico Crescens los persiguió a él y a Justino. San Justino fue condenado a muerte por el prefecto Rústico, cerca del año 165 d.C. El Prefecto Rústico dice: Acérquense y sacrifiquen, todos ustedes, a los dioses. Justino dice: “Nadie en sus cabales da la piedad por impiedad.” El Prefecto Rústico dice: “Si ustedes no obedecen, serán torturados sin misericordia.” Justino contesta: “Ese es nuestro deseo, ser torturados por Nuestro Señor, Jesucristo, y así ser salvados, porque eso nos dará la salvación y firme confianza en el tribunal universal más terrible de Nuestro Señor y Salvador.” Y todos los mártires dijeron: “Haga lo que quiera; porque somos cristianos y no ofrecemos sacrificios a los ídolos.” El Prefecto Rústico lee la sentencia: “Aquellos que no quieran hacer sacrificios a los dioses y obedecer al emperador serán azotados y decapitados según la ley.” Los santos mártires glorificando a Dios se trasladan al lugar acostumbrado, donde serán decapitados y será consumado su martirio reconociendo a su Salvador.