Del estudio atento de los Evangelios, particularmente San Juan, se puede deducir fácilmente que ya en tiempos apostólicos se daba cierto énfasis al recuerdo de la última semana de la vida mortal de Jesucristo. La cena en Betania debe haber tenido lugar el sábado, "seis días antes de la Pascua" (Jn. 12, 1-2), y la entrada triunfal a Jerusalén partió de ese lugar la mañana siguiente.
Tenemos un registro bastante detallado de las palabras y acciones de Cristo desde ese evento hasta la Crucifixión. Mas no sabemos con certeza si esa percepción de la santidad de esos días es algo que viene desde el inicio o no, aunque ya existía con seguridad a fines del siglo IV en Jerusalén, pues la Peregrinación de Egeria contiene una descripción muy detallada de toda la semana, comenzando con el ritual en el "Lazarium" de Betania el sábado, durante el cual se leía la narración de la unción de los pies de Cristo.
Al día siguiente, que - en palabras de Egeria- "marcaba el inicio de la semana de Pascua, a la que aquí llaman "la Gran Semana", el archidiácono dirigía al pueblo un recordatorio especial: "Durante toda la semana, a partir de mañana, reunámonos en el Martyrium, o sea, en la iglesia grande, a la hora nona". La conmemoración de la entrada triunfal de Cristo a la ciudad tenía lugar esa misma tarde. Grandes multitudes, que incluían a niños muy pequeños para caminar, se congregaban en el Monte de los Olivos, donde cantaban himnos y antífonas y escuchaban lecturas, para volver luego en procesión a Jerusalén, acompañando al obispo y llevando palmas y ramas de olivo delante de él.
Se mencionan ritos especiales, además del oficio diario, para cada uno de esos días. El jueves ya entrada la tarde se celebraba la liturgia; todos comulgaban. Enseguida la gente se dirigía al Monte de los Olivos a conmemorar con lecturas e himnos apropiados la agonía y el prendimiento de Cristo en el huerto.
Volvían a la ciudad al clarear la mañana del viernes. Este día también había ritos, entre los que destaca, antes del mediodía, la veneración de las reliquias de la verdadera Cruz y del letrero que había sido clavado en ella. Pasada esa hora, se realizaba otra ceremonia, que duraba tres horas, en la que se conmemoraba la Pasión de Cristo y en la que, según narra Egeria, los llantos y lamentos de la gente superaban cualquier descripción. Si bien deben haber estado cansados, los más jóvenes de entre los fieles y el clero guardaban vigilia esa noche.
El sábado, además de los ritos ordinarios celebrados durante el día, se celebraba en la noche la gran vigilia pascual, en la que se tenía el bautismo de niños y catecúmenos. Pero esto, como sugiere Egeria, ya era algo conocido en Occidente. La descripción que acabamos de resumir pertenece probablemente al año 388 y tiene un altísimo valor en cuanto procede de una peregrina, testigo que había indudablemente participado en los ritos y los había observado atentamente.