Ayer estuve en la ciudad de Augsburgo. Visité una iglesia situada justo en el centro de la ciudad, en la que ya otras veces había entrado, pero que se encontraba en un estado lamentable.
Mi acompañante fue Carmen Amparo, de la comunidad católica española de dicha ciudad; me dijo que ahora era su lugar de misa dominical y me recomendó vivamente su visita.
La sorpresa al entrar en la Moritzkirche fue grande. Su restauración me encantó por su belleza, por su sencillez y por su logrado sentido de lo sagrado con una sensibilidad muy moderna.
La Iglesia está dedicada a San Mauricio, y fue fundada originariamente a comienzos del siglo XI. Fue reedificada en 1440 en estilo gótico, y durante el siglo XVI fue protegida por el banquero augsburgués Fugger, célebre por sus relaciones comerciales con el emperador Carlos V.
La reciente restauración ha sido llevada a cabo por el arquitecto John Pawson, tratando de conjugar la tradición con una visión de la Iglesia del futuro. Predomina el color blanco y la intensa luminosidad, que logra crear una clara atmósfera sagrada. De hecho, me llamó la atención la presencia de diversos fieles, sentados en la nave del templo en actitud orante.
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