Si preguntara a alguien si cree que
hay un lugar llamado cielo, la mayoría de los preguntados probablemente dirían
que sí. Pero si les pregunto cómo es o cómo se puede llegar a el, imagino que
recibiría diversas y variadas respuestas.
Permítanme que hoy cite éste lugar a modo simbólico y
deje éste a vuestra propia meditación, como me ha sucedido a mi hoy al leer Is 63 15 - 64 4a
El hecho de que la
Escritura hable de Dios en imágenes y símbolos espaciales nos deja abierta la
posibilidad de hablar del cielo de esta manera.
Como la cuestión de
dónde está el cielo no puede ser contestada, dice el Schmaus , se pospone
también en importancia a la cuestión de qué es el cielo. Pues la Sagrada
Escritura describe el cielo más como una forma determinada y perfecta de
existencia humana que un lugar determinado. Lo llama reino de Dios, vida
eterna, vida dada por Dios, paz sin tormento, salvación eterna, alegría y
corona de la gloria, banquete con Dios, banquete nupcial. herencia de
Cristo, luz y descanso, contemplación de Dios.
El Cielo, según el Catecismo
de la Iglesia Católica, (1023-1029, 1721-1722) es la participación en la naturaleza divina,
gozar de Dios por toda la eternidad, la última meta del inagotable deseo de
felicidad que cada hombre lleva en su corazón. Es la satisfacción de los más
profundos anhelos del corazón humano y consiste en la más perfecta comunión de
amor con la Trinidad, con la Virgen María y con los Santos. Los bienaventurados
serán eternamente felices, viendo a Dios tal cual es.
El Papa Benedicto XVI negó que, para los cristianos, el “cielo” sea entendido como un lugar concreto en el más allá y aclaró que, en realidad, ese concepto pretende resumir la fe en la salvación del alma después de la muerte.
“Todos nosotros somos bien conscientes que con el término ‘cielo’ no nos referimos a algún lugar del universo, a una estrella o algo similar: no. Nos referimos a algo mucho más grande y difícil de definir con nuestros conceptos humanos”
“Con este término
cielo –agregó- queremos afirmar que
Dios se hizo cercano a nosotros, no nos abandona ni siquiera en y más allá de
la muerte sino que tiene un lugar para nosotros y nos dona la eternidad”.
La bóveda celeste, el firmamento, es el símbolo que desde
siempre se ha utilizado para representar el Cielo. Un símbolo que significa
lo trascendente, lo inaccesible, lo infinito. Un cielo que si lo observamos al
amanecer, cuando el alba parece rasgar la noche o, al atardecer, cuando las llamas parecen abrasar el firmamento nos deja sin palabras. Un cielo que en una clara mañana de verano o en una noche estrellada, forzosamente
nos llena de admiración y sobrecogimiento ante la belleza y la grandiosidad
del mismo. Sin embargo, el Cielo, sobrepasa esta pasajera realidad para hacerse realidad
eterna en Dios.
Esto abre la puerta a una de las polémicas más interesantes entre católicos y protestantes: la analogía. Hablamos por analogía, pues como sentenció santo Tomás de Aquino, siempre será más la disimilitud que la similitud. Creo que por eso mismo el arte católico, al menos el pictórico, siempre estará por encima del protestante, cuyos lugares sagrados (recuerdo un horrible templo de Hamburgo que me enseñaron como el no va más del arte), son muy pobres, estéticamente hablando.
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