Nos recuerda hoy el Martirologio Romano el martirio de santa Leocadia, en Toledo, insigne por la confesión de Cristo, en el año 303, durante la persecución del emperador Diocleciano. Hacia el siglo IV de nuestra Era, Roma dominaba la península, y había designado como gobernador de las tierras en las que se asentaba la ciudad de Toletum a Publio Daciano. Vino a Hispania con el objetivo claro de perseguir y someter a los cristianos que no querían reconocer como su Dios al emperador. A los pocos días de su llegada el nuevo pretor mandó publicar un duro edicto colocando a los cristianos fuera de la ley y ordenando su persecución y encarcelamiento.
Se iniciaron las persecuciones y fueron muchos los residentes en la Toledo romana que fueron llevados a la cárcel situada en la “Roca Tarpeya”, donde, incomunicados, esperaban la hora de su muerte siendo arrojados por el precipicio que daba fin en el Tajo. Poco a poco la “resistencia” cristiana a aceptar al Emperador y su religión fue decayendo en la ciudad, pero un buen día los espías de Daciano le informaron que una tierna joven, educada en el monasterio de las Hijas de Elías, llamada Leocadia (que significa mujer blanca) insistía en rezar al Dios cristiano y en hacer públicas muestras de su Fe. Capturada la joven y llevada a las mazmorras cercanas al Pretorio, agotaron los torturadores cuantas patrañas idearon para transformar su creencia a los deseos del Emperador. Viendo que esto no era posible, y que la joven no cejaba de invocar y rezar a su Dios, fue azotada cruelmente. Allí fue abandonada casi muerta.
Una noche de un 9 de diciembre entre los años 303 a 306, los centinelas de la cárcel sintieron un ruido sobrenatural y observaron una potente luz que provenía de la celda en la que había quedado abandonada la joven cristiana… Por temor, hasta la mañana siguiente no se acercaron a la mazmorra, donde sólo hallaron el rígido cuerpo de la joven Leocadia.
Dieron cuenta del suceso a Daciano, y éste ordenó que fuera el cadáver arrojado, como era costumbre en otras ciudades, detrás de un templo pagano en ruinas, que estaba situado en la Vega, cerca de la margen derecha del Tajo. Saliendo por la puerta más cercana al Anfiteatro, un carro portaba los restos de la joven mártir y llegando próximos al río, el cuerpo fue abandonado sin recibir sepultura alguna.
Iglesia mudéjar de santa Leocadia |
Una vez llegada la noche, un grupo de fieles toledanos, que aún resistían en secreto a su fe cristiana, habiendo visto cómo el cuerpo de la joven era arrojado tras el templo, se aproximaron al paraje para dar sepultura a los restos de Leocadia. Con algunas piedras levantaron un pequeño y disimulado mausoleo en el que durante largos años de dominio romano muchos se acercaban en las tinieblas de la noche a rezar por el alma de la joven virgen Leocadia, guardando en el recuerdo durante generaciones el lugar donde los restos fueron sepultados.
Años más tarde, ya reconocida la fe cristiana como parte del Imperio Romano tras el edicto de Milán dado por el emperador Constantino, se dedicó un templo en el mismo sitio en que fue sepultada, hacia el siglo IV, siendo el primero construido en esta capital, y hecho Basílica durante el período Visigodo bajo el reinado de Sisebuto hacia el 618, lugar en el que se celebraron los famosos Concilios de Toledo y en la que fueron enterrados los arzobispos de Toledo Eladio, Eugenio, Ildefonso y Julián.
Ermita del Cristo de la Vega (antigua de Santa Leocadia |
También en el lugar donde Leocadia estuvo encarcelada y donde murió (en la parte baja del lado oriental del Alcázar) se levantó una iglesia que, renovada por Alfonso X, no ha llegado a nuestros días.
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