El 25 de mayo, en el Monasterio de Jarrow pasó de este mundo a las manos misericordiosas del Creador san Beda el Venerable, uno de los monjes más significativos del monacato alto-medieval inglés.
Ruinas del Monasterio de San Pablo de Jarrow
El Monasterio de Jarrow formaba parte, junto con el Monasterio de Monkwearmouth, de una fundación monástica que se fue el centro cultural y de enseñanza del reino de Northumbria, en el siglo VII.
Fachada original del Monasterio de Monkwearmouth
Ambos monasterios tuvieron que sufrir los sucesivos ataques de vikingos y normandos, pero ello no fue óbice para que al amparo de sus muros se forjaran generaciones de monjes, entre los cuales destaca Beda. Sin embargo, la disolución final llegó en 1545, durante el reinado de Enrique VIII, cuya turbulenta vida y política desembocó en la ruptura del cristianismo británico respecto a la Iglesia Católica, naciendo así la confesión Anglicana.
Catedral de Durham
La tumba de San Beda el Venerable se encuentra desde en siglo XI en la Catedral de Durham. Estas son las últimas palabras que pronunció Beda, según el cronista, antes de su fallecimiento: Hora es ya de que vuelva a mi Creador, si así le agrada, a quien me creó cuando no era y me formó de la nada. He vivido mucho tiempo, y el piadoso juez ha tenido especial providencia de mi vida; es inminente el momento de mi partida, pues deseo partir para estar con Cristo; mi alma desea ver en todo su esplendor a mi rey, Cristo.
Tumba de san Beda el Venerable - Catedral de Durham
Uno de los monasterios vivos más antiguo de Europa es el dedicado a los santos Julián y Basilisa, en Samos, en el norte de España. Su fundación se atribuye a san Martín de Dumio, en el siglo V, el mismo siglo en el que floreció san Benito en Montecasino. Se cree que san Fructuoso lo reorganizó según su propia Regla monástica, aunque la primera mención escrita es una inscripción del año 665, en la que se afirma que fue reconstruido por el Obispo de Lugo Ermefredo. Después de la invasión musulmana fue restaurado por el rey Fruela I de Asturias, el año 776. Se sabe que en el 960, reinando en León Ordoño II, los monjes de Samos vivían bajo la Regla de san Benito. En el siglo XII, como tantos otros monasterios hispanos, aceptó la tradición benedictina cluniacense, gozando de gran prosperidad material y espiritual a lo largo de la Edad Media. En 1558 se incorporó a la Congregación de San Benito el Real de Valladolid, permaneciendo en ella hasta la Exclaustración de 1836. El monasterio quedó abandonado hasta que fue restaurado en 1880. El año 1951 sufrió el edificio del monasterio un incendio que lo redujo a ruinas, siendo inmediatamente reconstruido en el estado en el que se encuentra actualmente. El siguiente video nos muestra algunas hermosas imágenes de este venerable monasterio. Que el Señor bendiga a su comunidad de monjes.
La iglesia armenia se compone de clérigos casados (seculares) y monjes (observan el celibato). Los monjes armenios siguen la misma tradición monástica de coptos y bizantinos, pero son mucho más estrictos en materia de ayuno. El noviciado dura ocho años.
El hieromonje o sacerdote célibe hace voto de celibato la tarde del mismo día en que se ordena y se le da un veghar , una capucha especial, que simboliza su renuncia a las cosas mundanas. Al sacerdote célibe se le da el título de Monje ( armenio : Abegha ). Al completar con éxito la defensa de una tesis escrita, sobre un tema de su elección, el monje recibe el rango de Archimandrita ( Vardapet ). Esto indica que él es un "doctor" de la Iglesia. Puede acceder al rango más elevado de la Alta archimandrita ( Dzayraguyn Vardapet ) después de completar y defender una tesis doctoral. El rango sólo puede ser otorgado por Obispos que han alcanzado el rango de Archimandrita Superior. Los obispos son elegidos entre los sacerdotes célibes que han alcanzado el rango de Archimandrita.
La mayoría de los obispos armenios viven en los monasterios. Los armenios poseen el gran monasterio de Santiago, en el centro del barrio armenio de Jerusalén, donde vive el Patriarca de Jerusalén, y el convento de Deir asseituni, en el Monte Sión, con numerosas monjas.
Existe tres grandes comunidades monásticas en la Iglesia Apostólica Armena: la comunidad de la Madre de Dios en la Sede del Katholikós en Echmiadzin, la Comunidad de Santiago en el Patriarcado Armenio de Jerusalén, y la Comunidad de la Sede del Patriarcado Armeno de Cilicia.
Los Mechitaristas (armeno: Մխիթարեան), son una congregación, fundada en 1712 por Mechitar, de monjes benedictinos armenos en comunión con la Iglesia católica. Son los más conocidos por su serie de publicaciones académicas de las antiguas versiones armenias de antiguos textos griegos.
El centro del cristianismo armeno es la catedral de Echmiedzin, sede del Katholikós, su supremo jerarca. Armenia no formaba parte del Imperio romano, y mientras el emperador romano Diocleciano perseguía la Iglesia a comienzos del siglo IV, el reino de Armenia había abrazado la religión cristiana, que según la tradición había sido predicada por los apóstoles Bartolomé y Tadeo.
La catedral de Echmiedzin fue edificada por san Gregorio el Iluminador, en torno al 303. Según la tradición, tuvo una visión en la que Cristo mismo descendió sobre el cielo y golpeó con un martillo de oro el lugar en donde había de ser edificado el templo. Se construyó una basílica, que en el año 480 fue sustituida por una iglesia en forma de cruz, por mandado del gobernador del Imperio Persa-Sasánida. A su vez, dicho templo de madera fue sustituido por la actual catedral de piedra, edificada en el año 680. Su interior fue decorado por última vez a comienzos del siglo XVIII, tal como se conserva actualmente.
Los cristianos armenos sufrieron a comienzos del siglo XX, en el contexto de la Primera guerra Mundial, uno de los más horrendos genocidios de la Humanidad, cuando los turcos provocaron la muerte de más de dos millones de personas.
El beato papa Juan Pablo II visitó Armenia en el año 2001. Junto con el Katholikós Karekim II hizo una declaración muy esperanzadora para el esfuerzo ecuménico.
La celebración del XVII centenario de la proclamación del cristianismo como religión de Armenia nos ha reunido a nosotros, Juan Pablo II, Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia católica, y Karekin II, Patriarca supremo y Catholicós de todos los armenios; damos gracias a Dios por brindarnos esta feliz oportunidad de unirnos de nuevo en la oración común, para alabar su santísimo nombre. Bendita sea la santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y por siempre.
Al conmemorar este extraordinario acontecimiento, recordamos con reverencia, gratitud y amor al gran confesor de nuestro Señor Jesucristo, san Gregorio el Iluminador, así como a sus colaboradores y sucesores, los cuales no sólo han iluminado al pueblo de Armenia, sino también a otros en las regiones vecinas del Cáucaso. Gracias a su testimonio, entrega y ejemplo, el pueblo armenio en el año 301 después de Cristo fue inundado con la luz divina y se adhirió totalmente a Cristo, como la verdad, la vida y el camino de salvación.
Los armenios han adorado a Dios como su Padre, han confesado a Cristo como su Señor y han invocado al Espíritu Santo como su santificador; han amado a la Iglesia apostólica universal como su Madre. El mandamiento supremo de Cristo -amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos- se ha convertido en un estilo de vida para los armenios desde la antigüedad. Sostenidos por su gran fe, eligieron dar testimonio de la verdad y aceptaron morir cuando fue necesario, para participar en la vida eterna. Así, el martirio por amor a Cristo se convirtió en una gran herencia para muchas generaciones de armenios. El tesoro más precioso que una generación podía legar a la sucesiva era la fidelidad al Evangelio, para que, con la gracia del Espíritu Santo, los jóvenes llegaran a ser tan firmes como sus antepasados en el testimonio de la verdad. El exterminio de un millón y medio de cristianos armenios, en lo que se considera generalmente como el primer genocidio del siglo XX, y la siguiente aniquilación de miles bajo el antiguo régimen totalitario, son tragedias que todavía perduran en la memoria de la generación actual. Esos inocentes que fueron asesinados sin motivo no han sido canonizados, pero muchos de ellos fueron ciertamente confesores y mártires por el nombre de Cristo. Oramos por el descanso de sus almas y exhortamos a los fieles a no perder jamás de vista el sentido de su sacrificio. Damos gracias a Dios porque el cristianismo en Armenia ha sobrevivido a las adversidades de los diecisiete siglos pasados, y porque la Iglesia armenia ahora goza de libertad para cumplir su misión de proclamar la buena nueva en la moderna República de Armenia y en muchas regiones cercanas y lejanas, donde hay comunidades armenias.
Armenia es de nuevo un país libre, como en tiempos del rey Tirídates y de san Gregorio el Iluminador. Durante los últimos diez años en la naciente República ha sido reconocido el derecho de los ciudadanos de profesar libremente su religión. En Armenia y en la diáspora se han fundado nuevas instituciones armenias, se han construido iglesias y se han creado asociaciones y escuelas. En todo ello reconocemos la mano amorosa de Dios, porque ha obrado milagros a lo largo de la historia de una nación pequeña, que ha conservado su identidad peculiar gracias a su fe cristiana. Por su fe y su Iglesia, el pueblo armenio ha desarrollado una única cultura cristiana que es, sin duda alguna, una contribución muy valiosa al tesoro del cristianismo en su conjunto.
El ejemplo de la Armenia cristiana atestigua que la fe en Cristo infunde esperanza en cualquier situación humana, por difícil que sea. Oramos para que la luz salvífica de la fe cristiana brille sobre los débiles y los fuertes, sobre las naciones desarrolladas de este mundo y sobre las que están en vías de desarrollo. Hoy, en particular, la complejidad y los desafíos de la situación internacional exigen una elección entre el bien y el mal, entre las tinieblas y la luz, entre la humanidad y la inhumanidad, entre la verdad y la mentira. Las cuestiones actuales relativas a la ley, a la política, a la ciencia y a la vida familiar atañen al significado mismo de la humanidad y de su vocación.
Interpelan a los cristianos de hoy, como a los mártires de otros tiempos, a dar testimonio de la verdad, incluso con el riesgo de pagar un precio muy alto.
Este testimonio será mucho más convincente si todos los discípulos de Cristo profesan juntos la única fe y sanan las heridas de la división entre ellos. Que el Espíritu Santo guíe a los cristianos y a todas las personas de buena voluntad por el camino de la reconciliación y de la fraternidad. Aquí, en la santa Echmiadzin, renovamos nuestro solemne compromiso de orar y trabajar para apresurar el día de la comunión entre todos los miembros de la grey fiel de Cristo, respetando verdaderamente nuestras respectivas tradiciones sagradas.
Con la ayuda de Dios, no haremos nada contra el amor, sino que, "teniendo en torno nuestro tan gran nube de testigos, sacudiremos todo lastre y el pecado que nos asedia, y correremos con perseverancia la prueba que se nos propone" (cf. Hb 12, 1).
Exhortamos a nuestros fieles a orar sin cesar para que el Espíritu Santo nos conceda a todos, como a los santos mártires de todos los tiempos y lugares, la sabiduría y la valentía de seguir a Cristo, camino, verdad y vida.
Si ayer hablamos de la Iglesia Ortodoxa griega, hoy vamos a hablar de una iglesia aún más antigua, que ni es católica ni es ortodoxa: la Iglesia armenia. Armenia fue un reino independiente del Cáucaso, situado junto al mar Negro. El Cristianismo llegó, según la tradición, por medio de los apóstoles Judas Tadeo y Bartolomé. Por eso, la denominación oficial de esta Iglesia, que cuenta con unos siete millones de fieles en todo el mundo, es de Iglesia Apostólica armena. Su gran santo fue san San Gregorio el Iluminador, a finales del siglo III. Se separó de Roma tras el concilio de Calcedonia del 541, junto con los patriarcados de Alejandría y Antioquía, acentuando la línea monofisita, que considera en Cristo una única naturaleza divina.
La cabeza jerárquica de esta Iglesia se llama el Catholikós. En el ámbito de su organización interna, una peculiaridad de la Iglesia Apostólica Armenia es que se encuentra dividida actualmente en cuatro centros jurisdiccionales, en parte debido a los traslados de sede en la Edad Media que dieron lugar a rivalidades, a saber: Patriarcado Armenio de Jerusalén (Israel); Patriarcado Armenio de Constantinopla (Turquía); Patriarcado Armenio de Sis (Líbano); y Patriarca Supremo y Katholikós de Todos los Armenios con sede en Echmiadzin (Armenia)que es el Primado de la Iglesia apostólica armenia. La mayoría de los fieles de esta iglesia reconocen como líder espiritual a este último y en la actualidad las primeras dos sedes jurisdiccionales tienden a reconocer al último como la cabeza de la Iglesia Armenia en su totalidad y están en plena comunión con él. El Catholikós de Echmiadzin tiene jurisdicción sobre todos los armenios que habitan el antiguo territorio de la Unión Soviética, y sobre casi todos los de la diáspora, lo cual incluye unos 5 millones de fieles.
Vamos a ver en primer lugar un recorrido por diversos monasterios primitivos de Armenia.
Por último, veremos un fragmento de una Divina Liturgia Armena, con traducción al inglés, muy interesante por las grandes similitudes con la liturgia católica.
La región entre el Mar Negro y el Mar Caspio es el llamado Cáucaso. Por muy alejado que esté de nosotros, y que nunca llegase a pertenecer al Imperio Romano ni a su área cultural, tanto Armenia como Georgia fueron regiones que recibieron el Cristianismo en una época muy temprana. El montaje que mostramos a continuación nos permite ver una selección de iglesias y monasterio de Georgia, un país en el que el cristianismo ortodoxo vive en nuestros días un fuerte resurgimiento. El texto con el que se abre el montaje está escrito en inglés, y nos dice que este país de guerreros fue consagrado a san Jorge, de quien tomó el nombre. Merece la pena conocer cómo el cristianismo supo arraigar en tradiciones culturales distintas de la nuestra, para así poder esperar algún día llegar a la unidad con estos hermanos, con quienes ninguna diferencia doctrinal significativa nos separa.
Hace dos mil años, los Apóstoles permanecían encerrados en el Cenáculo cuando EL Espíritu Santo prometido por Cristo bajó sobre ellos bajo forma de llamas, siete semanas después de la Pascua. Hoy, el lugar que la tradición identifica como escenario de la Última Cena y, en consecuencia, también del momento del don del Espíritu Santo.
El domingo de Pentecostés, en Jerusalén, allá donde tuvo lugar la efusión del Espíritu Santo, los franciscanos dirigen la oración de las Vísperas en el Cenáculo, en el mismo lugar en que una fundada tradición identifica como aquello en donde ocurrió lo que cuentan los Hechos de los Apóstoles.