El origen de un convento de Madres Agustinas en Sevilla se remonta a la centuria de la reconquista de la ciudad por Fernando III el Santo, allá por el siglo XIII, pues existen documentos que dan constancia de la existencia en ella de un monasterio durante el reinado de aquél (1295 a 1312), que llegó a acoger bajo su patrocinio en 1309. No obstante, este primer establecimiento se construyó en un lugar a extramuros de la ciudad, próximo a la Puerta de Córdoba, cercano a donde luego se implantó el Convento de Capuchinos.
Debido a la inseguridad del lugar, objeto de asaltos de ladrones y maleantes, las monjas acabarían por abandonar el convento, algo que no agradó al rey Fernando IV, quien ante la noticia rogaría a la entonces abadesa Madre Lorenza que permaneciera allí, publicando duras proclamas contra los que atentasen a la comunidad. Pero esta iniciativa no sería eficaz, y los abusos contra el monasterio continuaron produciéndose.
Esta incómoda situación acabó en 1367, cuando el rey Pedro I de Castilla dictó una Real Licencia por la que las Agustinas se pudieron trasladar a una zona intramuros de la ciudad, en concreto dentro de la collación de San Marcos. Aquí se comenzaría una nueva etapa de su vida conventual, aunque el espacio de que se disponía contaba con problemas imposibles de solucionar.
Sabedor de estas dificultades, el rey ofreció a la madre abadesa en 1369 unas casas junto a la antigua iglesia de San Ildefonso, de dimensiones considerables, donde pronto se iniciaron las obras de adecuación para el convento. Así, la iglesia se comenzó en 1369, y acabándose la reconversión del conjunto para fines conventuales en 1377, fecha a partir de la cual se vería favorecido por múltiples mercedes donadas por la propia realeza.
A finales del siglo XVI, en pleno auge de la ciudad, el monasterio conoce una etapa de esplendor que se concreta en la remodelación del edificio conventual y en la construcción de una nueva iglesia, cuyas obras se continuaron durante la centuria siguiente, donde se incluyeron la decoración de la iglesia y otras dependencias domésticas. En su construcción, de marcadas líneas manieristas, intervinieron importantes maestros del momento como son Asensio de Maeda, que trabajó hacia el año 1584, y Juan de Oviedo, a quien se le atribuye sus trazas.
Durante el siglo XVIII se produce una nueva renovación en el convento y en especial en su iglesia, a la que se le dota de un espléndido retablo barroco, tal como hoy la conocemos. El siglo siguiente sería difícil para el convento, debido a los generales motivos económicos, políticos y revolucionarios que le afectarían directamente. No obstante el convento logró mantenerse con las pocas dotaciones que conseguía del arzobispado, y con la venta de sus célebres "Yemas de San Leandro".
El templo es obra de Juan de Oviedo y presenta forma rectangular con una sola nave cubierta con bóveda de cañón con lunetos. Las portadas son de estilo clasicista con sobrias pilastras. Coro alto y bajo a los píes, este último, con bóveda de cañón decorada con yeserías del siglo XVI.
Posee en su interior dos retablos de gran interés, el de "San Juan Bautista (1621)" y "San Juan Evangelista (1632), ambos obra de Martínez Montañés presididos por un relieve de la figura principal en su hornacina.
Mención las figuras de "Santiago el Mayor", "Santiago el Menor" y un relieve con el "Martirio de San Juan Evangelista" todas obras de Francisco de Ocampo.
Comentar el acceso al templo que se realiza a través de un cancel de 1729, así como un pequeño retablo barroco dedicado a "Santa Rita" obra del segundo cuarto del siglo XVIII.
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