sábado, 23 de agosto de 2014

En Camino a Santiago. Claustro de la Catedral de Pamplona


Seguimos adelante en nuestra peregrinación veraniega hacia Santiago de Compostela. La ciudad de Pamplona, siguiente objetivo después de Roncesvalles, posee una catedral cuyo claustro es uno de los más hermosos ejemplos del arte gótico. Fue levantado entre 1280 y 1360 aproximadamente.

Existía otro en el mismo lugar de factura románica, pero que al parecer se encontraba en mal estado (especialmente tras la guerra de la Navarrería en 1276), por lo que bajo el episcopado de Miguel Sánchez de Uncastillo, se llevó a cabo su reconstrucción en el nuevo estilo imperante. De este claustro primitivo se conservan algunos capiteles magníficamente labrados en el Museo de Navarra.


Es un claustro cuadrado, con un muro perimetral sobre el que se abren diferentes puertas, y a su interior, una serie de ventanales de arcos apuntados divididos por tres maineles que descansan en un zócalo y que soportan diferentes tracerías, separado cada tramo al interior por un contrafuerte rematado en pináculo, y sobre los arcos, la mayoría de ellos presenta un gablete que sobresale del muro. Cada lado del claustro tiene seis tramos que dan al jardín interior del mismo, unidos todos ellos en sus esquinas por un tramo compartido entre cada dos galerías, con la peculiaridad que entre la Sur y la Oeste se encuentra un tramo insertado en la zona del jardín que alberga un lavatorio.

En los maineles de las ventanas se adivina una influencia probablemente de Normandía. Se comenzó por el ala Este. El diseño de sus tracerías es el más antiguo, y la calidad de sus tallas difiere, lo que hace suponer el paso por diferentes manos. Las claves mantienen una unidad hasta parte del ala Norte, en las que enmarcadas en una orla, vemos alusiones a trabajos relacionados con los distintos meses del año.


A la segunda etapa se debe la ejecución final del tramo norte y del tramo Oeste con el lavatorio. Asimismo cabe pensar que son de esta misma época las puertas del Refectorio, que se construyó en 1330, y la del Amparo, que daba acceso a la iglesia. Ésta última está flanqueada por hermosas tracerías adosadas al muro. Por todo el muro interior recorre un zócalo de igual estilo que el que se encuentra bajo las ventanas. En este tramo hay un ligero cambio en el diseño de los pilares y también cambian los diseños de las claves.

Las tracerías del ala Norte, alternan el diseño de la Este con otro más complejo. Además, están rematadas con un gablete que vuela por encima de las bóvedas. El tramo Oeste presenta una misma tracería con una característica forma de cruz en su centro, y gablete por encima de la bóveda, al igual que el tramo Sur. Éste último pertenece a tercera etapa de construcción del claustro. Se observa el enrevesamiento de las formas, su mayor finura y una mayor complejidad en el conjunto de las tracerías de dicho lado.

Puerta preciosa

Una cuarta etapa vendría a suponer la adecuación de partes ya terminadas, así como la unificación de ciertos diseños decorativos, aunque el claustro ya estaba terminado en cuanto a su estructura.

Los capiteles presentan dos tipos diferenciados de representaciones, por un lado las figurativas y por otro las vegetales. Con lo que respecta a las figurativas, en las alas Norte y Este, abundan los capiteles historiados con animales reales o fantásticos y personajes de la vida religiosa o profana, muchas veces acompañados de diseños vegetales.

Puerta del amparo

Las bóvedas de las naves son de crucería simple, separadas por arcos perpiaños apuntados. En el centro, así como en los arcos fajones, encontramos claves, casi todas talladas y policromadas.

Puerta del arcedianato

No se sabe cuando se llevó a cabo, pero debió ser en el siglo XV cuando se levantó el sobreclaustro. Para ello se suprimieron los pináculos que se encontraban sobre los antepechos. Únicamente se sustituyeron sus remates por unas pilastras acanaladas a modo de prolongación del fuste. Se elevaron los muros laterales y se cubrió todo con un liviano forjado de bovedillas de madera. Este sobreclaustro, a pesar de haber cambiado la morfología del diseño original de forma irreversible, ha contribuido en buena manera a su conservación.

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