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lunes, 14 de enero de 2019

Monasterio de la Inmaculada Concepción de Castrojeriz


Castrojeriz es una de esos lugares de la geografía castellana en los que hoy cuesta imaginarse un glorioso pasado. Pero no sólo una prosperidad material que dio lugar a unos monumentos sorprendentes, sino también a un florecimiento espiritual, que nos ha legado instituciones y rincones impregnados del mejor aroma cristiano.


Uno de ellos es el Monasterio de las Clarisas, bajo la advocación de la Inmaculada Concepción. Situado a las afueras del pueblo, se accede a él a través de un portón que da paso a un amplio atrio, en el que se yergue la iglesia y un costado de las edificaciones conventuales.


El templo es de una nave, con trazas góticas, a los pies del cual se encuentra la sencilla sillería desde la cual eleva sus plegarias la comunidad de hermanas clarisas.

jueves, 21 de julio de 2016

San Lorenzo de Brindisi y el Monasterio de La Anunciada


El Martirologio romano anuncia hoy la memoria de San Lorenzo de BrindisPresbítero y doctor de la Iglesia, de la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos, predicador incansable por varias naciones de Europa, que de carácter sencillo y humilde, cumplió fielmente todas las misiones que se le encomendaron, como la defensa de la Iglesia ante los turcos que intentaban dominar Europa, la reconciliación de príncipes enfrentados y el gobierno de su Orden religiosa. Murió en Lisboa, en Portugal, el veintidós de julio de 1619.

Panteón de los Marqueses de Villafranca. La Anunciada

Los marqueses de Villafranca, poderosa familia del Reino, consiguió que sus reliquias, embalsamadas en Lisboa, lugar de su fallecimiento, fueran trasladadas al Monasterio La Anunciada, en su señorío de Villafranca del Bierzo, donde se han custodiado y venerado desde entonces.

Retablo de la Iglesia de La Anunciada

El papa Benedicto XVI le dedicó su catequesis del 23 de marzo de 2011. Ninguna palabra como la suya para glosar la figura del santo:

Tumba de San Lorenzo de Brindisi. La Anunciada

Queridos hermanos y hermanas,

recuerdo aún con alegría la acogida festiva que se me reservó en 2008 en Brindisi, la ciudad que en 1559 vio nacer a un insigne doctor de la Iglesia, san Lorenzo de Brindisi, nombre que Giulio Cesare Rossi asumió al entrar en la Orden de los Capuchinos. Desde la infancia fue atraído por la familia de san Francisco de Asís. De hecho, huérfano de padre a los siete años, fue confiado por la madre a los cuidados de los frailes Conventuales de su ciudad. Algunos años después, sin embargo, se trasladó con su madre a Venecia, y precisamente en el Véneto conoció a los Capuchinos, que en aquella época se habían puesto generosamente al servicio de toda la Iglesia, para incrementar la gran reforma espiritual promovida por el Concilio de Trento. En 1575 Lorenzo, con la profesión religiosa, se convirtió en fraile capuchino, y en 1582 fue ordenado sacerdote. Ya durante los estudios eclesiásticos mostró las eminentes cualidades intelectuales de las que había sido dotado. Aprendió fácilmente las lenguas antiguas, entre ellas el griego, el hebreo y el sirio, y las modernas como el francés y el alemán, que se unían al conocimiento de la lengua italiana y al de la latina, que en esa época se hablaba con fluidez entre los eclesiásticos y los hombres de cultura.

Gracias al dominio de muchos idiomas, Lorenzo pudo llevar a cabo un intenso apostolado hacia diversas categorías de personas. Predicador eficaz, conocía de modo profundo no sólo la Biblia, sino también la literatura rabínica, que los propios Rabinos se quedaban asombrados y admirados, manifestándole estima y respeto. Teólogo versado en la Sagrada Escritura y en los Padres de la Iglesia, era capaz de ilustrar de modo ejemplar la doctrina católica también a los cristianos que, sobre todo en Alemania, se habían adherido a la Reforma. Con su exposición clara y tranquila, mostraba el fundamento bíblico y patrístico de todos los artículos de fe puestos en discusión por Martín Lutero. Entre estos, la primacía de san Pedro y de sus sucesores, el origen divino del Episcopado, la justificación como transformación interior del hombre, la necesidad de las obras buenas para la salvación. El éxito que gozó Lorenzo nos ayuda a comprender que también hoy, llevando hacia adelante el diálogo ecuménico con tanta esperanza y la confrontación con las Sagradas Escrituras, leídas según la Tradición de la Iglesia, constituyen un elemento irrenunciable y de fundamental importancia, como he querido recordar en la Exhortación Apostólica Verbum Domini (n.46).


También los fieles más sencillos, no dotados de gran cultura, se beneficiaron de las palabras convincentes de Lorenzo, que se dirigía a la gente humilde para exhortar a todos a la coherencia de la propia vida con la fe profesada. Esto fue un gran mérito de los Capuchinos y de otras órdenes religiosas, que en los siglos XVI y XVII, contribuyeron a la renovación de la vida cristiana penetrando en profundidad en la sociedad con su testimonio de vida y sus enseñanzas. También hoy, la nueva evangelización necesita apóstoles bien preparados, con celo y valientes, para que la luz y la belleza del Evangelio prevalezcan sobre las tendencias culturales del relativismo ético y de la indiferencia religiosa, y transformen los distintos modos de pensar y de actuar en un auténtico humanismo cristiano. Es sorprendente que san Lorenzo de Brindisi pudiera desarrollar ininterrumpidamente esta actividad de apreciado e infatigable predicador en muchas ciudades de Italia y en distintos países, no obstante realizara encargos importantes y de gran responsabilidad. Dentro de la Orden de los Capuchinos, de hecho, fue profesor de teología, maestro de novicios, muchas veces ministro provincial y consejero general y, finalmente ministro general del 1602 al 1605.

En medio de tantos trabajos, Lorenzo cultivó una vida espiritual de fervor excepcional, dedicando mucho tiempo a la oración y de modo especial a la celebración de la Santa Misa, que a menudo conllevaba horas, entendiendo y conmoviéndose con el memorial de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor.

viernes, 20 de marzo de 2015

Convento de Santa Clara de Astudillo


 Hemos contemplado hoy en las Imágenes Sagradas la Cruz de las Claras de Astudillo, que se expone en el Museo de los Claustros de Nueva York. Dicha Cruz, que es del siglo XII, debió pertenecer a un templo anterior a la fundación del Convento de Santa Clara de Astudillo, que de hecho procede de mediados del siglo XIV y fue fundado por María de Padilla, privada del rey Pedro I.


De esta época puede contemplarse la iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles (sencillo templo de estilo gótico-mudéjar en el que destaca su artesonado y el retablo mayor renacentista con pinturas atribuidas a Juan de Villoldo), alguna de las estancias del monasterio (distribuidas en torno a un patio porticado de estilo castellano y de las que aún se conservan bellas portadas con yeserías mudéjares) y el palacio de Pedro I (con elegante fachada de formas islámicas y salas adornadas con alfarjes y yeserías).


El monasterio protegía sus dependencias y su barrio de La Puebla (donde habitaban treinta vecinos sobre los que ejercía el señorío la abadesa) con una cerca que se adosaba a las murallas de la villa. En ella se abrió la desaparecida Puerta de Santa Clara, protegida por un torreón almenado que aún puede contemplarse junto al palacio de Pedro I.


En la segunda mitad del siglo XV, la familia Tovar-Enríquez, señores de Astudillo, patrocina la construcción de un claustro junto a la iglesia del monasterio. Este espacio ha sido reconstruido recientemente pero en él aún pueden contemplarse restos del primitivo artesonado y las yeserías que adornaban la sala capitular. También a fines del siglo XV el panteón de María de Padilla (situado en el coro de la iglesia conventual) se adornará con yeserías de estilo gótico-mudéjar.


Fuente: http://turismoastudillo.blogspot.de/p/convento-de-santa-clara.html 

lunes, 11 de agosto de 2014

San Damián


La vida religiosa de santa Clara está ligada a un humilde lugar, san Damián, donde fundó la comunidad religiosa de la que surgirían las clarisas. En la Iglesia de san Damián se encontraba el célebre Crucifijo, desde el cual Cristo habló a san Francisco.

En aquel convento de San Damián, germinó y se desenvolvió la vida de oración, de trabajo, de pobreza y de alegría, virtudes del carisma franciscano. Por esa fecha el estilo de vida de Clara y sus hermanas llamó fuertemente la atención y el movimiento creció rápidamente. La condición requerida para admitir una postulante en San Damián era la misma que pedía Francisco en la Porciúncula: repartir entre los pobres todos los bienes.


El convento no podía recibir donación alguna, pero debía permanecer inquebrantable para siempre. Los medios de vida de las monjas eran el trabajo y la limosna. Mientras unas hermanas trabajaban dentro del claustro otras iban a mendigar de puerta en puerta. Clara, cuando las hermanas volvían de mendigar, las abrazaba y las besaba en los pies.

San Francisco escribió poco después la norma de vida para las hermanas y, por medio del Santo, obtuvieron del papa Inocencio III la confirmación de esta regla en 1215, pues ese año, por orden expresa de Francisco, aceptó Clara el título de abadesa de San Damián. Hasta entonces Francisco había sido jefe y director de las dos órdenes, pero después que el Papa les aprobó la regla, las monjas debían de tener una superiora que las gobernase.


Clara, a pesar de ser superiora, tenía la costumbre de servir la mesa y brindar agua a las religiosas para que lavasen sus manos, y cuidaba solícitamente de ellas. Cuentan que se levantaba todas las noches a verificar si alguna religiosa estaba destapada. Francisco muchas veces le envió enfermos a San Damián y Clara los sanaba con sus cuidados. Ni aún estando enferma, lo que era frecuente, omitía el trabajo manual. Así se dedicaba a bordar corporales, en la misma cama, que mandaba a las iglesias pobres de las montañas del valle.

Así como en el trabajo era ejemplo para las religiosas, lo era también en la vida de oración. Después de las completas, último oficio del día, permanecía largo rato sola, en la iglesia ante el Crucifijo que habló a San Francisco. Allí rezaba el “Oficio de la Cruz”, que había compuesto Francisco. Estas prácticas no le impedían levantarse por la mañana muy temprano, para levantar a las hermanas, encender las lámparas y tocar la campana para la misa primera.


Según la leyenda, una vez fue el Papa a San Damián; Santa Clara hizo preparar las mesas y poner el pan en ellas, para que el Santo padre lo bendijera. El Papa pidió a la santa que fuera ella quien lo hiciera, a lo que Clara se opuso rotundamente. El Papa la instó por santa obediencia a que hiciera la señal de la cruz sobre los panes y los bendijera en el nombre de Dios. Santa Clara, como verdadera hija de obediencia, bendijo muy devotamente aquellos panes con la señal de la cruz, y al instante apareció en todos los panes la señal de la cruz.

martes, 1 de julio de 2014

Convento de las Descalzas Reales de Madrid

Fachada del Monasterio

Juana de Austria, princesa de Castilla, estaba casada con Juan Manuel, príncipe de Portugal; quedó viuda muy joven y tuvo un hijo que sería el futuro rey de Portugal, Sebastián. Al quedar viuda, su hermano Felipe II de España la reclamó para darle el cometido de Gobernadora del Reino.. Juana de Austria fue la fundadora del monasterio de las Descalzas Reales.

En 1558, Francisco de Borja (duque de Gandía), envió desde el Convento de Santa Clara de Gandía una comunidad de monjas coletinas (reforma recoleta de las clarisas), de acuerdo con el padre Andrés Insulano, general de la Orden de San Francisco. Eligieron como abadesa a sor Francisca de Jesús, tía del duque de Gandía que no llegó a habitar el convento de Madrid pues murió en Valladolid antes de finalizar las obras. La segunda abadesa tampoco llegó a pisar el nuevo monasterio pues murió cuando la comunidad habitaba aun la casa de Gutiérrez.

Francisco Rizzi Capilla del Milagro

En 1559, día de la Asunción tuvo lugar la gran fiesta de inauguración del monasterio, aun cuando la iglesia estaba todavía sin construir. Hubo una procesión solemne en la que participaron Felipe II y toda la familia real. En 1564 se concluyó la iglesia y el día de la Concepción se colocó el Santísimo Sacramento en el altar mayor.

Orozo La adoración de los Magos

En 1580 el monasterio acogió a María de Austria, viuda del emperador Maximiliano II de Habsburgo, que llegó con su hija de trece años, Margarita. La emperatriz adoptó el régimen de la comunidad y su hija profesó como monja. María de Austria dio en el convento una grandiosa fiesta el día 22 de abril de 1602, de acuerdo con el Concejo de la Villa y los frailes de Atocha, para agasajar al rey Felipe III y persuadirle de que no trasladara la corte a Valladolid. El agasajo duró tres días, con gran complacencia del rey, pero el traslado de la corte se hizo realidad. María de Austria murió el 21 de febrero de 1603, pidiendo en su testamento ser enterrada al pie del altar de la Oración del Huerto, en el claustro bajo, con una piedra llana y lisa como lápida. Trece años más tarde Felipe III trasladó el cadáver a un sepulcro lujoso hecho de mármoles y bronce, colocado en el coro de la iglesia.

Pantoja de la Cruz Emperatriz Maria

El compositor renacentista Tomás Luis de Victoria ejerció, al menos, desde 1606 hasta el día de su muerte, en agosto de 1611, el cargo de organista en el monasterio.


El espacio del monasterio era enorme y en él estaba comprendida una gran huerta además de la iglesia y las dependencias monacales. A lo largo de los años ingresaron aquí mujeres de la casa real y de la alta aristocracia, haciendo importantes regalos y donaciones por lo que el monasterio llegó a a tener un verdadero tesoro en obras de arte.


Durante la Guerra Civil Española el monasterio fue privado de su comunidad. No obstante fue cuidado y protegido, poniendo sus obras de arte a buen recaudo. Cayeron sobre él algunas bombas que produjeron desperfectos sobre todo en la bóveda de la escalera y en el coro que fue destruido. Se realizó la restauración durante esos mismos años de la guerra en que, entre otras cosas, cambiaron la teja deteriorada del tejado por una nueva de pizarra. Acabada la guerra, volvieron las monjas.

domingo, 11 de agosto de 2013

Santa Clara de Castrojeriz

El día 11 de agosto recuerda la Iglesia a santa Clara de Asís, la joven que quedó impresionado por el testimonio de san Francisco, y consagró su vida a la virginidad, a la santa pobreza, y al amor a Cristo es la soledad del monasterio.

Uno de los monasterios que se fundó de la nueva orden fue el de Castrojeriz, en la diócesis de Burgos, junto al Camino de Santiago en el antiquísimo pueblo de Castrojeriz. Se trata de un lugar entrañable, por el calor humano y espiritual de las hermanas. Muchos peregrinos recorren a pie el kilómetro que lo separa del pueblo, para asistir por las tardes al rezo de las vísperas en su iglesia gótica, ornamentada durante el Barroco.

Que el Señor las bendiga y las guarde en su paz, por la intercesión de santa Clara.

domingo, 21 de julio de 2013

San Lorenzo de Brindisi y el Monasterio de La Anunciada


El Martirologio romano anuncia hoy la memoria de San Lorenzo de Brindis: Presbítero y doctor de la Iglesia, de la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos, predicador incansable por varias naciones de Europa, que de carácter sencillo y humilde, cumplió fielmente todas las misiones que se le encomendaron, como la defensa de la Iglesia ante los turcos que intentaban dominar Europa, la reconciliación de príncipes enfrentados y el gobierno de su Orden religiosa. Murió en Lisboa, en Portugal, el veintidós de julio de 1619.

Panteón de los Marqueses de Villafranca. La Anunciada

Los marqueses de Villafranca, poderosa familia del Reino, consiguió que sus reliquias, embalsamadas en Lisboa, lugar de su fallecimiento, fueran trasladadas al Monasterio La Anunciada, en su señorío de Villafranca del Bierzo, donde se han custodiado y venerado desde entonces.

Retablo de la Iglesia de La Anunciada

El papa Benedicto XVI le dedicó su catequesis del 23 de marzo de 2011. Ninguna palabra como la suya para glosar la figura del santo:

Tumba de San Lorenzo de Brindisi. La Anunciada

Queridos hermanos y hermanas,

recuerdo aún con alegría la acogida festiva que se me reservó en 2008 en Brindisi, la ciudad que en 1559 vio nacer a un insigne doctor de la Iglesia, san Lorenzo de Brindisi, nombre que Giulio Cesare Rossi asumió al entrar en la Orden de los Capuchinos. Desde la infancia fue atraído por la familia de san Francisco de Asís. De hecho, huérfano de padre a los siete años, fue confiado por la madre a los cuidados de los frailes Conventuales de su ciudad. Algunos años después, sin embargo, se trasladó con su madre a Venecia, y precisamente en el Véneto conoció a los Capuchinos, que en aquella época se habían puesto generosamente al servicio de toda la Iglesia, para incrementar la gran reforma espiritual promovida por el Concilio de Trento. En 1575 Lorenzo, con la profesión religiosa, se convirtió en fraile capuchino, y en 1582 fue ordenado sacerdote. Ya durante los estudios eclesiásticos mostró las eminentes cualidades intelectuales de las que había sido dotado. Aprendió fácilmente las lenguas antiguas, entre ellas el griego, el hebreo y el sirio, y las modernas como el francés y el alemán, que se unían al conocimiento de la lengua italiana y al de la latina, que en esa época se hablaba con fluidez entre los eclesiásticos y los hombres de cultura.

Gracias al dominio de muchos idiomas, Lorenzo pudo llevar a cabo un intenso apostolado hacia diversas categorías de personas. Predicador eficaz, conocía de modo profundo no sólo la Biblia, sino también la literatura rabínica, que los propios Rabinos se quedaban asombrados y admirados, manifestándole estima y respeto. Teólogo versado en la Sagrada Escritura y en los Padres de la Iglesia, era capaz de ilustrar de modo ejemplar la doctrina católica también a los cristianos que, sobre todo en Alemania, se habían adherido a la Reforma. Con su exposición clara y tranquila, mostraba el fundamento bíblico y patrístico de todos los artículos de fe puestos en discusión por Martín Lutero. Entre estos, la primacía de san Pedro y de sus sucesores, el origen divino del Episcopado, la justificación como transformación interior del hombre, la necesidad de las obras buenas para la salvación. El éxito que gozó Lorenzo nos ayuda a comprender que también hoy, llevando hacia adelante el diálogo ecuménico con tanta esperanza y la confrontación con las Sagradas Escrituras, leídas según la Tradición de la Iglesia, constituyen un elemento irrenunciable y de fundamental importancia, como he querido recordar en la Exhortación Apostólica Verbum Domini (n.46).


También los fieles más sencillos, no dotados de gran cultura, se beneficiaron de las palabras convincentes de Lorenzo, que se dirigía a la gente humilde para exhortar a todos a la coherencia de la propia vida con la fe profesada. Esto fue un gran mérito de los Capuchinos y de otras órdenes religiosas, que en los siglos XVI y XVII, contribuyeron a la renovación de la vida cristiana penetrando en profundidad en la sociedad con su testimonio de vida y sus enseñanzas. También hoy, la nueva evangelización necesita apóstoles bien preparados, con celo y valientes, para que la luz y la belleza del Evangelio prevalezcan sobre las tendencias culturales del relativismo ético y de la indiferencia religiosa, y transformen los distintos modos de pensar y de actuar en un auténtico humanismo cristiano. Es sorprendente que san Lorenzo de Brindisi pudiera desarrollar ininterrumpidamente esta actividad de apreciado e infatigable predicador en muchas ciudades de Italia y en distintos países, no obstante realizara encargos importantes y de gran responsabilidad. Dentro de la Orden de los Capuchinos, de hecho, fue profesor de teología, maestro de novicios, muchas veces ministro provincial y consejero general y, finalmente ministro general del 1602 al 1605.

En medio de tantos trabajos, Lorenzo cultivó una vida espiritual de fervor excepcional, dedicando mucho tiempo a la oración y de modo especial a la celebración de la Santa Misa, que a menudo conllevaba horas, entendiendo y conmoviéndose con el memorial de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor.