En aquellos días, decía Pablo a los presbíteros de la Iglesia de Éfeso: «Tened cuidado de vosotros y del rebaño que el Espíritu Santo os ha encargado guardar, como pastores de la Iglesia de Dios, que él adquirió con su propia sangre.
Así comienza el discurso de despedida de Pablo a los presbíteros de la Iglesia de Éfeso, que leemos hoy en la Eucaristía. ¿Qué lugar era esta ciudad? ¿Qué importancia tenía? ¿qué queda de ella? a estas preguntas intentaremos dar una breve respuesta.
Éfeso (griego Ephesos Έφεσος, turco: Efes, latín Ephesus) fue en la antigüedad una localidad del Asia Menor, en la actual Turquía. Fue una de las doce ciudades jónicas a orillas del mar Egeo, situada entre el extremo norte de Panayr Dağ (el antiguo monte Pion) y la desembocadura del río Caístro y tenía un puerto llamado Panormo. Al este se hallaban la colina de Ayasoluk, con el valle a sus pies, y la población actual de Selçuk, cerca del mar, el monte Pion y el monte Coreso (actual Bulbul Dagh), a cuyos pies se encontraba la ciudad antigua.
La fundación de la Éfeso griega en el siglo XI antes de Cristo se debe a colonos atenienses liderados por el hijo del rey Codros, de nombre Androclo, aunque una leyenda se la atribuye a las Amazonas. El rey Creso hizo la guerra a los jonios y asedió la ciudad, que seguramente ambicionaba como puerto de Sardes. Los asediados dedicaron sus oraciones a Artemisa y construyeron un templo. La ciudad fue regida por una monarquía.
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