Dentro de la Basílica dedicada a san Antonio, en Padua, destaca por encima de otras maravillas que pueden contemplarse la capilla en en la que son veneradas las reliquias del santo. La Capilla fue diseñada hacia 1530 por el Escultor Tulio Lombrado.
Su altar se alza sobre una plataforma por encima de siete peldaños. Fue labrado por Tiziano Aspetti (1607); tiene tres estatuas: la de San Antonio en el centro, flanqueado por la de San Buenaventura y San Luis de Toulouse, obispos franciscanos. En la escalinata se pueden ver dos pares de candelabros portados por sendos ángeles.
Del propio san Antonio leemos un fragmento de un sermón, en el que encarece las obras que dan fuerza a las palabras:
El que está lleno del Espíritu Santo habla diversas lenguas. Estas diversas lenguas son los diversos testimonios que da de Cristo, como por ejemplo la humildad, la pobreza, la paciencia y la obediencia, que son las palabras con que hablamos cuando los demás pueden verlas reflejadas en nuestra conducta. La palabra tiene fuerza cuando va acompañada de las obras. Cesen, por favor, las palabras y sean las obras quienes hablen. Estamos repletos de palabras, pero vacíos de obras, y, por esto, el Señor nos maldice como maldijo aquella higuera en la que no halló fruto, sino hojas tan sólo. «La norma del predicador —dice san Gregorio— es poner por obra lo que predica». En vano se esfuerza en propagar la doctrina cristiana el que la contradice con sus obras.
Pero los apóstoles hablaban según el Espíritu les sugería. ¡Dichoso el que habla según le sugiere el Espíritu Santo y no según su propio sentir! Porque hay algunos que hablan movidos por su propio espíritu, roban las palabras de los demás y las proponen como suyas, atribuyéndoselas a sí mismos. De estos tales y de otros semejantes dice el Señor por boca de Jeremías: Aquí estoy yo contra los profetas que se roban mis palabras uno a otro. Aquí estoy yo contra los profetas —oráculo del Señor—, que manejan la lengua para echar oráculos. Aquí estoy yo contra los profetas de sueños falsos —oráculo del Señor, que los cuentan para extraviar a mi pueblo, con sus embustes y jactancias. Yo no los mandé ni los envié, por eso son inútiles a mi pueblo —oráculo del Señor—.
Hablemos, pues, según nos sugiera el Espíritu Santo, pidiéndole con humildad y devoción que infunda en nosotros su gracia, para que completemos el significado quincuagenario del día de Pentecostés, mediante el perfeccionamiento de nuestros cinco sentidos y la observancia de los diez mandamientos, y para que nos llenemos de la ráfaga de viento de la contrición, de manera que, encendidos e iluminados por los sagrados esplendores, podamos llegar a la contemplación del Dios uno y trino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario