El ingreso de Huerta en la Congregación de Castilla fue un paso importantísimo para la comunidad y también para la misma Congregación. El retorno al primitivo Císter motiva este movimiento, que nace en el monasterio toledano de Monte Sion, a impulsos del monje de Piedra fr. Martín de Vargas, a finales de la década segunda del siglo XV. Un obstáculo serio fueron los abades comendatarios, que intentan jubilarlos o integrarlos en el mismo movimiento.
Huerta asume la reforma en las postrimerías del siglo XV. Los primeros abades reformados son temporales y vienen de fuera, se integran bien en la comunidad respondiendo a sus necesidades espirituales y temporales. Poco a poco abades de la casa irán tomando las riendas, hasta serlo del monasterio de una manera ininterrumpida; también Huerta suministrará monjes para los diversos cargos del Císter castellano, y algunos pasarán también a la Congregación de Aragón.
El siglo de oro de la comunidad hortense abarca los siglos XVI al XVII, resaltando principalmente desde la segunda mitad del primero hasta el final de la primera del segundo. Los primeros años son de consolidación, preparación intelectual, espiritual y material del cenobio, y los últimos un vivir de las rentas anteriores. Hay una correspondencia con las vicisitudes sociopolíticas del entorno. Siguen las convulsiones internas de la época anterior y los esfuerzos se dirigen a su pacificación.
Esta labor callada de consolidación se va gestando a través de las dificultades internas, y sobre todo de las intrigas de los señoríos del entorno, los duques de Medinaceli y los señores de Ariza; en este contexto, los monjes se deshacen del señorío de Torrehermosa, a finales del siglo XVI. En medio de estas luchas y enfrentamientos se desarrolla la vida de un gran santo de la tierra, san Pascual Bailón, nacido Torrehermosa en 1540 y fallecido en 1592 como lego franciscano en Villarreal, Castellón, dos años antes de la venta de su pueblo por los monjes.
Con todo, el patrimonio y hacienda del monasterio siguen pujantes, como aparece en las obras de construcción. De esta época son el claustro alto plateresco y el claustro herreriano, la biblioteca hoy casi destruida y el refectorio del siglo XVII, convertido en la actual biblioteca, y también el coro de nogal y el órgano. Es también amplio el trabajo de ornamentación, con cuadros y pinturas murales, de las diversas estancias monásticas, muchas de ellas desaparecidas y de muy dispar valor.
Los frutos ubérrimos de santidad, por otro lado, y el nivel intelectual que se consiguen, denotan, por otra parte, una intensidad de vida espiritual en la comunidad. Algunos monjes y abades morirán en olor de santidad, sobresaliendo por su amabilidad, piedad y recia vida ascética. A partir de 1550 varios monjes ocupan cargos relevantes en la Congregación; seis de ellos, como muestra, serán abades generales de la misma. Los Venerables Fr. Luis de Estrada y Fr. Froilán de Urosa ejercerán de maestros espirituales en la Congregación. Fr. Crisóstomo Enríquez, cronista general, fallecido prematuramente, dedicará su pluma a la hagiografía cisterciense. Además de lo específico de la Orden, como su historia, así los Annales de fr. Angel Manrique, los monjes hortenses tocarán los diversos campos de la teología, sagrada Escritura y otras ciencias, como la literatura, las matemáticas, etc.
Muchos monjes hortenses fueron catedráticos en los colegios y universidades de la época, en Alcalá, Salamanca y Valladolid, y otros, predicadores de la corte. Sin contar a Martín de Finojosa de los comienzos, seis obispos saldrán del claustro hortense para regir diversas diócesis dentro del vasto imperio español, peninsulares y de ultramar; entre estos últimos, fr. Pedro de Oviedo, arzobispo de Quito y de la Plata y antes de Santo Domingo, ambas en Hispanoamérica.
Fuente: Web Del Monasterio
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