El siguiente pueblo que se encuentra el peregrino después de Mañeru se llama Cirauqui. Se caserío se escalona, siguiendo la usanza de las fortificaciones medievales, sobre un monte, que corona el templo de San Román. El caserío muestra, por la nobleza de su piedra y sus escudos, un pasado ilustre en el seno del Reino de Navarra.
La villa perteneció originariamente al Monasterio de San Millán, pero terminó siendo un señorío vinculado al Cabildo de Pamplona; de hecho, su parroquia quedó adscrita a la dignidad del deán de la Catedral.
El templo comenzó a construirse en tiempos de Sancho VII el Fuerte (1154-1194-1234), siendo ampliado en los siglos XVI y XVII. La iglesia tiene una nave central de cuatro tramos más cabecera recta y dos naves laterales que ocupan solamente los dos primeros tramos de la central.
Corresponde a la etapa medieval la portada románica de transición, con un gran arco apuntado que da acceso a la nave de la Epístola. Se abocina mediante 8 arquivoltas y tiene el arco lobulado por arquillos de herradura de influjo musulmán. El rico repertorio decorativo del arco se culmina con un crismón trinitario situado en la clave. Esta portada tiene una evidente conexión con la de San Pedro de la Rúa en Estella, viniendo ambas a continuar un tipo iniciado en la zona con la magnífica portada de la iglesia de Santiago de Puente la Reina construida en 1142.
El presbiterio está presidido por el retablo de San Román de estilo barroco realizado entre 1702 y 1706. En la hornacina central se encuentra una talla gótica de San Román sedente, obra del siglo XIII, muy restaurada y con policromía moderna.
En la nave del Evangelio se encuentran dos retablos barrocos de hacia 1700: el retablo de San Francisco Javier (con un lienzo del titular de la primera mitad del s. XVII) y el de la Virgen del Rosario. En la nave de la Epístola se encuentran: el pequeño retablo de la Inmaculada y los de San Juan Bautista (con relieves del siglo XVI) y del Santo Cristo (similar a su colateral simétrico de San Francisco Javier).
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