La primera lectura de la Eucaristía de hoy nos relata el proceso de san Pablo ante el Sanedrín, en Jerusalén. Salvó Pablo la situación invocando su condición de fariseo, lo que suscitó la polémica de éstos contra los sacerdotes, a causa de la resurreeción de los muertos, que los primero admitían mientras que los segundos la negaban. Ya en la cárcel, se manifiesta el Señor al Pablo y le muestra un nuevo objetivo.
El altercado arreciaba, y el tribuno, temiendo que hicieran pedazos a Pablo, mandó bajar a la guarnición para sacarlo de allí y llevárselo al cuartel. La noche siguiente, el Señor se le presentó y le dijo: «¡Ánimo! Lo mismo que has dado testimonio a favor mío en Jerusalén tienes que darlo en Roma.»
Pablo llegó a Roma en el 61, para ser juzgado. Fue decapitado entre el 65 y el 67, y su cuerpo enterrado a dos millas del lugar del martirio, en el área sepulcral que la cristiana Lucina poseía en la Vía Ostiense que formaba parte de un antiguo cementerio. Fue posible enterrar al apóstol Pablo en una necrópolis romana, aun siendo cristiano, en cuanto ciudadano romano. Su tumba fue enseguida objeto de veneración, y sobre ella se edificó una cella memoriae o tropaeum, donde, durante estos siglos de persecución, iban a rezar los fieles y los peregrinos, sacando fuerzas para continuar la evangelización del gran misionero.
A 1,37 metros debajo del actual Altar papal, una lápida de mármol (2,12 m. x 1,27 m.) lleva la inscripción PAULO APOSTOLO MART….Esta formada por varias piezas. La que lleva el nombre PAULO posee tres agujeros, uno redondo y dos cuadrados. Sobre un sarcófago macizo de 2,55 m. de largo por 1,25 m. de ancho y 0,97 m. de altura fueron edificados los sucesivos “altares de la Confesión”. Durante las últimas obras se abrió un hueco debajo del Altar papal para que los fieles puedan ver la tumba del Apóstol.
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