Así dice el Señor: «Se nombraron reyes en Israel sin contar conmigo, se nombraron príncipes sin mi aprobación. Con su plata y su oro se hicieron ídolos para su perdición. Hiede tu novillo, Samaria, ardo de ira contra él. ¿Cuándo lograréis la inocencia? Un escultor lo hizo, no es dios, se hace añicos el novillo de Samaria. Siembran viento y cosechan tempestades; las mieses no echan espiga ni dan grano, y, si lo dieran, extraños lo devorarían. Porque Efraín multiplicó sus altares para pecar, para pecar le sirvieron sus altares. Aunque les dé multitud de leyes, las consideran como de un extraño. Aunque inmolen víctimas en mi honor y coman la carne, al Señor no le agradan. Tiene presente sus culpas y castigará sus pecados: tendrán que volver a Egipto.»
Hoy leemos este fragmento del capítulo octavo del profeta Oseas. Este profeta vivió en el reino de Israel, separado de la casa de David, en torno al siglo VIII antes de Cristo. el mapa que vemos nos muestra la situación política de la Tierra Santa en torno al año 830 antes de Cristo. Por una parte, tenemos el reino de Judá, en el que gobierna los reyes descendientes de la casa de David. El reino del norte, al que el profeta denomina Efraím, con capital en Semaría, se separó de Judá tras la muerte de Salomón, estableciendo un santuario paralelo al de Jerusalén en Betel.
Judá mantenía fronteras con las ciudades estado de los filisteos, junto al mar Mediterráneo, y con su tradicional enemigo, el reino de Edom, al sur, con capital en Petra. Las dos grandes potencias de la época eran el Imperio Asirio, al norte; y Egipto, al sur. Israel, por su parte, mantuvo relaciones unas veces amistosas y otras veces bélicas con el reino arameo de Damasco. Amón, al este de Israel, era un tradicional enemigo; en la franje costera del Líbano se encontraban, por su parte, las prósperas ciudades comerciales de los fenicios. También enemigo tradicional era el reino de Moab, en la otra orilla del Mar Muerto.
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