Altar de San Miniato del Monte - Florencia |
Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado, Y yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en los profetas: “Serán todos discípulos de Dios”. Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí. No es que alguien haya visto al Padre, a no ser el que está junto a Dios: ese ha visto al Padre. En verdad, en verdad os digo: el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron; este es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo.
El lugar santo por excelencia de todo templo cristiano es su altar. Allí es donde se celebra el Santo Sacrificio de la Eucaristía, es decir, se hace memoria sacramental de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. Los altares ya eran conocidos en el antiguo Israel. Abraham, Isaac y Jacob erigieron altares allí donde Dios les salió al encuentro. Moisés también dispuso un altar ante la Tienda del Encuentro, altar que luego fue reproducido de forma solemne en el Templo de Jerusalén. Sobre ese altar se ofrecían los sacrificios prescritos en la Ley de Moisés. Elías levantó un altar con doce piedras, como símbolo del resto de Israel que no se había rendido a la idolatría.
Todo ello prefiguraba el altar de la Cruz, sobre el que el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo fue sacrificado. Ese altar también tiene forma de mesa, pues evoca así mismo el banquete de la última cena, en el que el Señor nos entregó la Eucaristía.
El altar ocupa el lugar de honor de los templo, el ábside. Se encuentra elevado sobre el resto del pavimento, pues pretende evocar el monte santo de la Cruz al que subió el Señor. El altar, al ser consagrado, es dotado de alguna reliquia, pues también alude a la sepultura del Señor y de los mártires.
En suma, el altar es el centro espiritual del templo cristiano, pues sobre él se opera cotidianamente el mayor milagro que podamos imaginar: la transubstanciación del Cuerpo y la Sangre del Señor en las especies del pan y del vino.
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