En aquellos días, Judas y sus hermanos propusieron: «Ahora que tenemos derrotado al enemigo, subamos a purificar y consagrar el templo.» Se reunió toda la tropa, y subieron al monte Sión. El año ciento cuarenta y ocho, el día veinticinco del mes noveno, que es el de Casleu, madrugaron para ofrecer un sacrificio, según la ley, en el nuevo altar de los holocaustos recién construido. En el aniversario del día en que lo habían profanado los paganos, lo volvieron a consagrar, cantando himnos y tocando cítaras, laúdes y platillos. Todo el pueblo se postró en tierra, adorando y alabando a Dios, que les había dado éxito. Durante ocho días, celebraron la consagración, ofreciendo con júbilo holocaustos y sacrificios de comunión y de alabanza.
Este texto del primer libro de los Macabeos, que nos propone la primera lectura de la Eucaristía, nos lleva a un momento importante de la historia de Israel, antes de Jesucristo: la purificación del segundo templo de Jerusalén, después de su profanación por los helenistas. Algo más de cien años después, Herodes el Grande lo destruiría y levantaría el tercer templo de Jerusalén, que fue el que vio Jesús. Este reportaje nos lo describe.
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