El Monasterio de Santa Clara de Palencia se remonta a una decisión regia de Enrique II de Castilla y su mujer, la reina Juana Manuel, hacia 1378, cuando fue traído aquí un grupo de monjas clarisas de la localidad de Reinoso. Un año más tarde, con el fallecimiento del monarca, el patronato monacal fue asumido por su sobrino Alfonso Enríquez de Castilla, Almirante de Castilla, y su esposa, Juana de Mendoza, quienes hacia 1395 iniciaron la construcción de la actual iglesia, proyectándola de manera que les sirviera de panteón. De este monumento funerario, que pudo tener forma de navío, no queda ningún resto.
A principios del siglo XVIII el patronato recobró su carácter real al asumirlo la Corona borbónica en tiempos de Felipe V, como resultado de la huida a Portugal del IX Almirante de Castilla, Juan Tomás Enríquez, por negarse a servir como embajador en Francia. En 1802 el patronato pasó a manos de la Casa de Alba. Con la Revolución de 1868, el convento fue exclaustrado y convertido en hospital, debiendo las monjas alojarse en el Real Monasterio de la Consolación en la cercana población de Calabazanos, de la misma orden. En 1874, con el derrocamiento de la I República, las Clarisas pudieron retornar a su monasterio palentino. En este monasterio situó el dramaturgo romántico vallisoletano José Zorrilla la trama de su leyenda Margarita la Tornera.
La iglesia, levantada entre los siglos XIV y XV, tiene planta de cruz griega (única en la capital) con triple cabecera absidial, siendo el ábside central de tres paños. El éxterior de los ábsides está reforzado con gruesos contrafuertes y recorrido por cornisas de cincha. En todo el perímetro superior del ábside central y la nave transversal, directamente bajo el alero del tejado, asoman ventanas de celosía de inspiración mudéjar, elemento característico en este tipo de edificios religiosos de clausura. Las bóvedas son de crucería compleja y descansan en pilares romboidales con columnillas adosadas para la descarga de las nervaduras.
El acceso al templo, situado en el brazo septentrional de la nave transversal y bajo un óculo de testero, se hace a través de una portada tardogótica que presenta arco inferior de tipo carpanel, arco superior apuntado dividido en tres arquivoltas y trasdós conopial con decoración de cardinas y remate en cogollo; sendas pilastras aciculares y escudos de la familia Enríquez flanquean la portada, y en el tímpano, las figuras de Santa Clara, San Francisco y San Miguel; son copias de los originales, llevados en su día al Museo Arqueológico Nacional donde también se conservan dos tablas del primitivo retablo de la Virgen de Misericordia atribuido a Juan de Nalda. Los arcos están decorados con elementos vegetales, animales fantásticos, demonios y figuras humanas contextualizadas en el Juicio Final.
En el interior pueden contemplarse varios retablos de los siglos XVI al XVIII. El Retablo de la Capilla Mayor es una mazonería de dos cuerpos y tres calles, sin ático, elaborada en el recargado estilo barroco de la primera mitad del siglo XVIII por Pedro de Correas. Contiene imágenes de San Miguel, San Rafael, la Anunciación y varios santos franciscaos. En el altar mayor se expone el Santísimo Sacramento permanentemente.
En la Capilla de San Juan Bautista, en la nave de la Epístola (sur) se sitúa el enterramiento de Juan Bautista Montoya, canónigo de la Catedral de Sevilla y arcediano de Niebla, quien en el siglo XVI escogió este recinto como panteón. En la Capilla del Santísimo Cristo (del que se habla en el siguiente epígrafe) se sitúan los sepulcros marmóreos de María Fernández de Velasco, fundadora del Convento de Clarisas de San Bernardino de Cuenca de Campos (Valladolid), de bulto yacente, y Beltrán de Guevara, señor de Zorita de la Loma y benefactor del antedicho convento, de bulto orante; los restos de ambos personajes fueron trasladados a este lugar en 1967.
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