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miércoles, 29 de abril de 2015

Basílica de Santo Domingo de Siena


La basílica de Santo Domingo fue construida en el siglo XIII y agrandada en el XIV. Los dominicos llegaron a Siena en el 1220, un año antes de la muerte del fundador Domingo de Guzmán. En 1225 se les donó un terreno de Fortebraccio Malavolti. Se comenzó a construir el templo entre 1226 y 1265, pero durante el siglo XIV se amplió con las formas góticas que vemos hoy. Se construyó en varias etapas y se terminó en 1465. Se incendió en 1443, 1456 y 1531. En esa última ocasión fue restaurada por Domenico Cinquini. Entre 1548 y 1552 sufrió una ocupación militar. En 1798 fue afectada por un terremoto. En el siglo XVII y en el XVIII el complejo fue objeto de varias remodelaciones barrocas, y se le agregaron algunos altares laterales.


Después del terremoto de 1798 la torre, afectada, se bajó al nivel que tiene hoy y se le dotó del aspecto actual. Por los mismos motivos de estabilidad, se cerraron el ojo central de la fachada las ventanas laterales. La última intervención se hizo entre 1941 y 1963, durante las cuales se eliminaron ciertas sobreposiciones barrocas, se repararon algunas formas góticas antiguas y se agregaron los vitrales con las Historias de Santa Catalina.


En este entorno tuvo lugar el comienzo de la vida mística de santa Catalina. A los dieciocho años tomó el hábito de la Orden Tercera de los dominicos. Se sometía al cilicio y a prolongados períodos de ayuno, sólo alimentada por la Eucaristía. Seguramente en los carnavales de 1366 vivió lo que describió en sus cartas como un matrimonio místico con Jesús, en la basílica de Santo Domingo de Siena, teniendo diversas visiones como la de Jesucristo en su trono con San Pedro y San Pablo, después de las cuales comenzó a enfermar cada vez más y a demostrar aún más su amor a los pobres. Este mismo año murió su padre y en Siena se inició un golpe de Estado.


Sus hagiógrafos sostienen que en 1370 recibió una serie de visiones del infierno, el purgatorio y el cielo, después de las cuales escuchó una voz que le mandaba a salir de su retiro y entrar a la vida pública.1 Comenzó a escribir cartas a hombres y mujeres de todas las condiciones, manteniendo correspondencia con las principales autoridades de los actuales territorios de Italia, rogando por la paz entre las repúblicas de Italia y el regreso del papa a Roma desde Aviñón. Mantuvo de hecho correspondencia con el papa Gregorio XI, emplazándolo a reformar la clerecía y la administración de los Estados Pontificios.

Durante el tiempo que duró la peste de 1374, Catalina acudió al socorro de los desgraciados, sin mostrarse jamás cansada, y aún, si hubiera de creer a los historiadores de su época, podría decirse que operó algunos milagros. Poco después, el 1 de abril de 1375 en Pisa, Catalina recibió los denominados estigmas invisibles, de modo que sentía el dolor pero no eran visibles las llagas externamente.

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