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martes, 17 de enero de 2017

Monasterio de san Antonio, Egipto


El desierto parece ser el lugar por excelencia para retirarse y empeñarse en la búsqueda y encuentro con Dios. Así lo fue para el pueblo de Israel, los profetas, el mismo Cristo y los primeros monjes. Un apasionante lugar donde la aridez se convierte en dulzuras y el silencio en celeste melodía. Un lugar no ausente de infinitas pruebas, pero también colmado de seguras y divinas recompensas.

Los monasterios más antiguos de Egipto se encuentran al este del país en los terrenos cercanos al Mar Rojo. El de san Antonio y san Pacomio. Pero hoy nos ocuparemos del primero.

Tras la muerte de san Antonio, el monasterio levantado en su honor es el mas antiguo del Egipto cristiano, datado del 356. El monte, el-Qalzam resguarda este monasterio y se eleva de manera majestuosa hacia lo alto de la misma forma que se elevan las plegarias de los buscadores de Dios que habitan en este lugar, posiblemente, el monasterio más antiguo del mundo.

San Antonio, en el año 285, con treinta y cinco años de edad, interrumpió las escasas relaciones humanas que mantenía y se retiró hacia el este, junto al Mar Rojo, en las montañas de Pispir. Allí se estableció junto a una fuente y cerca de una vieja fortaleza abandonada. Era un lugar donde abundaban las serpientes. Este lugar le estaba prohibido a todo asistente por la peligrosidad de las serpientes y solo de vez en cuando se le acercaba un fiel amigo a llevarle algunos víveres. Aquí, en las montañas de Pispir estuvo algunos años, extendiéndose por todo el contorno la fama de su santidad, lo que consecuentemente atrajo a otros muchos eremitas solitarios que querían vivir junto a él. Estos ermitaños se organizaron viviendo en comunidad en dos monasterios construidos por ellos mismos y que pusieron bajo la dirección espiritual de Antonio. Aquí, en el año 307 recibió la visita de San Hilarión, también monje ermitaño.

En el año 311, durante la persecución de Maximiano, Antonio abandonó la soledad y marchó a Alejandría para servir y defender, para sostener en la fe, a la comunidad cristiana alejandrina. Estuvo expuesto a la indiscreción del pueblo y por lo tanto, puso en peligro su vida, por lo que meses más tarde tuvo el deseo de vivir nuevamente en completa soledad. Así que se marchó adentrándose en el desierto de la Tebaida oriental en el Alto Egipto. Se unió a una caravana de mercaderes árabes y caminando durante tres días y tres noches, llegó al Mar Rojo. Se afincó en una montaña distante unas treinta millas del río Nilo, en Coltzum o el-Qalzam, donde vivió el resto de su vida. De allí, solo salió una vez para visitar a San Pablo el Primer Eremita.

Hasta quince años antes de su muerte no admitió la presencia estable de sus dos discípulos, Amathas y Ma­cario. Finalmente, el 17 de enero del año 356, luego de haber anunciado su muerte y haberse hecho prometer por sus dos discípulos que a nadie reve­larían el secreto de su tumba, a fin de evitar honores póstumos, entregó santísimamente su alma a Dios. Contaba al morir ciento seis años de edad.

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