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lunes, 12 de octubre de 2015

Basílica del Pilar - 1 -


La actual Basílica del Pilar ha ido surgiendo a través de muchos años, entre hundimientos, modificaciones, paros de obra por escaseces económicas o circunstancias políticas, y pasó a ser frase popular hablar de la "obra del Pilar" como algo interminable. Por eso no puede hablarse de un autor único, como habitualmente se hace, sino que es necesario ir analizando y conociendo el proceso de evolución de la obra y la intervención de sus diferentes artífices.


Es necesario partir de la evidencia de que la iglesia se había quedado pequeña en los momentos de la contrarreforma y ante la creciente devoción popular hacia Nuestra Señora del Pilar. Fue un devoto zaragozano, Juan de Marca, quien antes de 1638 promovió una decidida campaña pro construcción de templo nuevo e, incluso, fue acopiando materiales en la orilla del Ebro, junto a la vieja iglesia. El Cabildo prefirió mantenerse al margen en principio, pero luego pensó que tal como estaba el clima popular, aceptaba la dirección de las obras y la colaboración de los fieles. Era el año 1674.


Para encauzar la cuestión el Cabildo abrió un concurso de proyectos. Fue Felipe Sánchez quien lo ganó y diseñó la disposición en planta de la actual iglesia del Pilar. Francisco de Herrera reajustó el proyecto de Felipe Sánchez y su alzado y cambió de colocación la cúpula principal, pero respetó, prácticamente, toda la disposición de la planta con sus tres grandes naves, divididas en tramos, sobre pilares, tal como es aún la estructura sustentante actual. La primera piedra del nuevo edificio, que se construía hacia los pies de la vieja iglesia y sin demoler todavía ésta, fue colocada en el verano de 1681. Herrera volvió a Madrid muy pronto y Felipe Sánchez fue construyendo el edificio.

Autor de la fotografía: David Abián - Licencia (CC BY-SA),
www.davidabian.com

Después de iniciadas las bóvedas de cañón que habrían de cubrir las larguísimas naves, se pudo apreciar la evidente monotonía del conjunto y quizás su poca esbeltez. Por ello el conde de Peralada dirige un escrito al Cabildo en octubre de 1725, en que propone una idea genial para resolver el sistema de techumbres. El conde de Peralada propone la solución de la techumbre mediante cúpulas, tal como hoy la vemos. Se suprimieron las bóvedas y se empezaron a construir nuevas medias naranjas en 1728. Cuando en 1730 se construyó la media naranja que cubre la Santa Capilla, se pudo pensar en la renovación de ese santo lugar, sin duda muy avejentado en aquel momento. Y entonces el Cabildo pide nueva ayuda económica y direccional a Madrid y, como consecuencia de esa petición, el rey Fernando VI envía a Ventura Rodríguez, que llegará a Zaragoza el 15-XII-1750.


Ventura Rodríguez encuentra el templo en situación un tanto caótica y no se limita al planteamiento de la nueva capilla de la Virgen, sino que llevó su trabajo de proyectista mucho más lejos, enfocando la reestructuración y coordinación de los distintos elementos del templo, llevándole sus propios gustos a una modificación total de la decoración interior y de la composición general del monumento. Es él, decididamente, quien implanta el aspecto que actualmente ofrece el Pilar.  Proyecta también las torres para los ángulos y las fachadas del monumento, dando así unidad al conjunto. Planeó un cambio del espacio de la nave central, retirando el retablo mayor de Forment, dejando diáfano el hueco ente los pilares que lo encuadran, para utilizar como retablo mayor el reverso de la Santa Capilla y se suprime también el coro colocado en el centro, para disponer sus sillas en torno a la exenta mesa de altar. Toda esta ambiciosa transformación está expuesta claramente en la maqueta conservada en el museo del templo; pero no debió de ser del agrado del Cabildo ni de los arquitectos que sucesivamente trabajaron allí, puesto que han llegado hasta nosotros el retablo y el coro en disposición conforme al sistema anterior. Tampoco fueron realizadas las fachadas del templo, proyectadas por don Ventura y sobre las cuales se ha imaginado, hasta cierto punto, el enriquecimiento de los severos muros de ladrillo, en la fachada que da a la plaza.


También imaginó las torres que habían de alzarse en los ángulos del templo, con lo cual se completaba el gran juego dinámico y polícromo de las cúpulas, once en total, en grupos de cinco, a los dos lados de la mayor, cubierta ésta por plancha metálica, pero las otras con tejados cerámicos policromos. Con todo eso se ve la importancia concedida a la silueta exterior del templo, que en sus cuatro ángulos alzaba sencillas partes bajas para cuatro torres, imaginadas por Ventura Rodríguez como gráciles y bajas, dinámicas, que encuadraban y limitaban el conjunto de las cúpulas, pero no restaban monumentalidad al predominio de la gran cúpula central y, así, sutiles masas y líneas en sube y baja, di-namizaban en forma irradiante el monumento, nuclearmente central y apiramidada. En definitiva una idea análoga a las de las stupas indias, en pura coincidencia ideológico-estética con monumentos occidentales como la cabecera de San Pedro de Roma.

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