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sábado, 9 de mayo de 2015

Jerusalén en la época del Patriarcado (325-451)

San Cirilo de Jerusalén

Desde el tiempo de Constantino comenzó entonces el avance de la Sede de Jerusalén. El primer Concilio General (Nicea I, 325) decidió reconocer la dignidad única de la Ciudad Santa sin inquietar su dependencia canónica de la metrópolis, Cesarea. De esta manera, el séptimo canon declara: ya que la costumbre y la tradición antigua han hecho que el obispo de AElia sea honrado, que tenga la sucesión de honor salvando, sin embargo, el derecho doméstico de la metrópolis.

El canon se recoge en el Decretum de Graciano, donde la sucesión de honor significa un lugar especial de honor, una precedencia honorífica inmediatamente después de los Patriarcas de Roma, Alejandría y Antioquía; pero esto sin interferir con los derechos metropolitanos de Cesarea en Palestina. La situación de un obispo sufragáneo que tiene precedencia sobre su metropolitano era anómala y obviamente no podía durar.

Mientras san Cirilo de Jerusalén estaba defendiendo la Fe contra los arrianos, Acacio de Cesarea, un arriano extremo, convocó a un Sínodo (358) para tratar a Cirilo por varias ofensas, de las cuales la principal era que había desobedecido o se había insubordinado contra Acacio, su superior. Es difícil tener la certeza de cuál era exactamente la acusación. El historiador eclesiástico Sozomeno dice que Cirilo había desobedecido y se había rehusado a aceptar a Cesarea como su metrópolis;

Cirilo rehusó presentarse al sínodo y fue depuesto en su ausencia. Su rechazó abrió de nuevo la cuestión relacionada con su posición. ¿Se rehusó simplemente porque sabía que Acacio era un arriano determinado y con certeza lo condenaría, o fue porque pensó que su excepcional sucesión de honor lo exentaba de la jurisdicción de cualquiera diferente a un sínodo patriarcal? Los tres usurpadores, Eutiquio, Ireneo e Hilarión eran arrianos impuestos en su sede por su partido durante sus tres exilios.

Fue Juvenal de Jerusalén (420-458) quien finalmente tuvo éxito en cambiar la posición anómala de su sede en un verdadero patriarcado. Desde el principio de su pontificado asumió una actitud que era muy incompatible con su posición canónica de sufragánea de Cesarea.

Desde esta época Jerusalén es una sede patriarcal, la última en orden y la más pequeña. Desde Calcedonia nadie ha disputado el lugar de Jerusalén en la jerarquía de los patriarcados. Pero se notará cuán tarde se le dio este rango, cuán poco constructiva la conducta del obispo que lo obtuvo. Como el otro comparativamente moderno Patriarcado de Constantinopla (hecho finalmente por el mismo concilio) representa una concesión tardía que molesta el ideal más viejo y más venerable de tres patriarcados solamente – Roma, Alejandría y Antioquía. Jerusalén le debe su lugar no a Santiago, el hermano del Señor, sino al astuto e inescrupuloso Juvenal.

Las fronteras de este nuevo patriarcado, establecidas por Calcedonia, son al norte el Líbano, al oeste el Mediterráneo, al sur el Sinaí (el Monte Sinaí estaba originalmente incluido en estos límites), al este Arabia y el desierto. Bajo el patriarcado estaban estos metropolitanos: Cesarea en Palestina (quien ahora tenía que obedecer a su antiguo súbdito), Metrópolis de Palestina I, con 29 sufragáneos;

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