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lunes, 27 de abril de 2015

Jerusalén durante el Imperio Romano Cristiano

Cosntantino y Santa Elena

Durante el episcopado de Macario un gran cambio llegó a todo el imperio que incidentalmente afectó la Sede de Jerusalén de manera profunda. La Fe cristiana fue reconocida como una religión lícita y la Iglesia se convirtió en una sociedad reconocida (Edicto de Milán, Enero, 313). A la muerte de Constantino (337) el cristianismo se había convertido en la religión de la Corte y el Gobierno. Como resultado natural la Fe se esparció rápidamente por todas partes. La misma generación que había visto la persecución de Diocleciano ahora veía al cristianismo como la religión dominante y al viejo paganismo reducido gradualmente a aldeas del campo y pueblos aislados.

Hubo entonces un gran movimiento de organización entre los cristianos; las iglesias se construyeron en todas partes. Un resultado posterior de la libertad y el dominio de la cristiandad fue el resurgimiento del entusiasmo por los santos lugares donde la nueva religión había nacido, donde habían tenido lugar los eventos acerca de los que ahora todos habían leído u oído en sermones. Ya en el siglo cuarto comenzaron aquellas grandes olas de peregrinaciones a Tierra Santa que han continuado desde entonces. Fue en el siglo cuarto cuando el peregrino de Burdeos y Eteria hicieron sus famosos viajes (Peregrinatio Silviae). San Jerónimo (m. 420) dice que en su época los peregrinos llegaban a Tierra Santa de todas partes del mundo, aún de la distante Bretaña. También llegó un gran número de monjes de Egipto y Libia y se estableció en el desierto cerca del Jordán.

Esto llevó a un incrementado respeto por el obispo que gobernaba sobre los lugares donde Cristo había vivido y muerto. Estos peregrinos, a su llegada, se encontraban bajo su jurisdicción; tomaron parte en los sacrificios de su iglesia y animosamente siguieron los ritos que se realizaban en el Monte de los Olivos, el Cenáculo y el Santo Sepulcro. El cuidadoso relato de Eteria acerca de todo lo que vio en las iglesias de Jerusalén durante la Pascua es típico de ese interés. Cuando los peregrinos regresaron a casa y le contaron a sus amigos acerca de los servicios que habían visto en los lugares más sagrados de la cristiandad y comenzaron a imitarlos en sus propias iglesias. De esta manera un gran número de nuestras bien conocidas ceremonias (el Domingo de Ramos, más tarde el Vía Crucis, etc.) fueron originalmente imitaciones de los ritos locales en Jerusalén. Todo esto no podía fallar en traerle al obispo local un avance en el rango. Desde la liberación de la Iglesia y su desarrollo fue inevitable que cambiara el Obispo de AElia de simple sufragáneo de Cesarea, a gran “Patriarca de la Ciudad Santa de Jerusalén y de toda la Tierra Prometida”.

A la vez, otro de los descubrimientos de estas peregrinaciones fue el de los Santos Lugares. Naturalmente, cuando los peregrinos llegaron querían ver los verdaderos puntos donde habían ocurrido los eventos acerca de los cuales habían leído en los Evangelios. También, lógicamente, cada uno de estos lugares, cuando se conocían o eran supuestos, se convirtió en un santuario con una iglesia construida sobre él. De estos santuarios los más famosos son aquellos construidos por Constantino y su madre santa Helena. Cuando santa Helena, en su año octavo (326-327) llegó en peregrinación, hizo construir iglesias en Belén y sobre el Monte de los Olivos.

Fuente: Enciclopedia Católica

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