El Martirologio romano nos recuerda hoy la santidad de san Pedro Damián. Su inclinación al retiro y a la vida ascética lo empujó muy pronto a la soledad. Ordenado sacerdote en su ciudad natal, ya en 1035 se retiró a Fonte Avellana donde, en unión con varios ermitaños, se entregó de lleno a la vida anacoreta. Elegido prior en 1043, dio una forma ordenada y definitiva a la vida de consagración de Fonte Avellana, para la que había ganado algunos grupos de ermitaños. Era en realidad un sistema de vida monástica, mezcla de vida contemplativa, con marcado rigor de soledad y penitencias corporales, y de vida cenobítica, que unía diversos grupos bajo una misma dirección. En la sección del Monacato comenzamos con la Catequesis que le dedicó el papa Benedicto XVI. Ahora, podemos seguir leyéndola.
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Fonteavellana |
San Pedro Damián, que básicamente fue un hombre de oración, de meditación, de contemplación, fue también un fino teólogo: su reflexión sobre diversos temas doctrinales le llevó a conclusiones importantes para la vida. Así, por ejemplo, expone con claridad y vivacidad la doctrina trinitaria utilizando ya, siguiendo textos bíblicos y patrísticos, los tres términos fundamentales que después se han convertido en determinantes también para la filosofía de Occidente, processio, relatio e persona. Con todo, como el análisis teológico le conduce a contemplar la vida íntima de Dios y el diálogo de amor inefable entre las tres divinas Personas, él saca de ello conclusiones ascéticas para la vida en comunidad y para las propias relaciones entre cristianos latinos y griegos, divididos en este tema. También la meditación sobre la figura de Cristo tiene reflejos prácticos significativos, al estar toda la Escritura centrada en Él. El propio "pueblo de los judíos --anota san Pedro Damián-- a través de las páginas de la Sagrada Escritura, puede decirse que ha llevado a Cristo en sus hombros". Cristo por tanto, añade, debe estar al centro de la vida del monje: "Cristo debe ser oído en nuestra lengua, Cristo debe ser visto en nuestra vida, debe ser percibido en nuestro corazón". La íntima unión con Cristo debe implicar no sólo a los monjes, sino a todos los bautizados. Supone también para nosotros un intenso llamamiento a no dejarnos absorber totalmente por las actividades, por los problemas y por las preocupaciones de cada día, olvidándonos de que Jesús debe estar verdaderamente en el centro de nuestra vida.
La comunión con Cristo crea unidad de amor entre los cristianos. En la carta 28, que es un genial tratado de eclesiología, Pedro Damián desarrolla una teología de la Iglesia como comunión. "La Iglesia de Cristo - escribe - está unida por el vínculo de la caridad hasta el punto de que, como es una en muchos miembros, también está totalmente reunida místicamente en uno solo de sus miembros; de forma que toda la Iglesia universal se llama justamente única Esposa de Cristo en singular, y cada alma elegida, por el misterio sacramental, se considera plenamente Iglesia". Esto es importante: no sólo que toda la Iglesia universal está unida, sino que en cada uno de nosotros debería estar presente la Iglesia en su totalidad. Así el servicio del individuo se convierte en "expresión de la universalidad". Con todo la imagen ideal de la "santa Iglesia" ilustrada por Pedro Damián no corresponde - lo sabía bien - a la realidad de su tiempo. Por eso, no temió denunciar la corrupción existente en los monasterios y entre el clero, sobre todo debido a la praxis de que las autoridades laicas confiriesen la investidura de los oficios eclesiásticos: diversos obispos y abades se comportaban como gobernadores de sus propios súbditos más que como pastores de almas. No es casual el que su vida moral dejara mucho que desear. Por esto, con gran dolor y tristeza, en 1057 Pedro Damián deja el monasterio y acepta, aun con dificultad, el nombramiento de cardenal obispo de Ostia, entrando así plenamente en colaboración con los papas en la difícil empresa de la reforma d la Iglesia. Vio que no era suficiente contemplar y tuvo que renunciar a la belleza de la contemplación para ayudar en la obra de renovación de la Iglesia. Renunció así a la belleza del eremitorio y con valor emprendió numerosos viajes y misiones.
Por su amor a la vida monástica, diez años después, en 1067, obtuvo permiso para volver a Fuente Avellana, renunciando a la diócesis de Ostia. Pero la tranquilidad suspirada dura poco: ya dos años después fue enviado a Frankfurt en el intento de evitar el divorcio de Enrique IV de su mujer Berta; y de nuevo dos años después, en 1071, fue a Montecassino para la consagración de la iglesia de la abadía, y a principios de 1072 se dirige a Rávena para restablecer la paz con el arzobispo local, que había apoyado al antipapa provocando el interdicto sobre la ciudad. Durante el viaje de vuelta al eremitorio, una repentina enfermedad le obligó a detenerse en Faenza en el monasterio benedictino de "Santa Maria Vecchia fuori porta", y allí murió en la noche entre el 22 y el 23 de febrero de 1072.
Queridos hermanos y hermanas, es una gracia grande que en la vida de la Iglesia el Señor haya suscitado una personalidad tan exuberante, rica y compleja, como la de san Pedro Damián y no es habitual encontrar obras de teología tan agudas y vivas como las del ermitaño de Fuente Avellana. Fue monje hasta el final, con formas de austeridad que hoy podrían parecernos incluso excesivas. De esta forma, sin embargo, hizo de la vida monástica un testimonio elocuente de la primacía de Dios y una llamada para todos a caminar hacia la santidad, libres de todo compromiso con el mal. Él se consumió, con lúcida coherencia y gran severidad, por la reforma de la Iglesia de su tiempo. Entregó todas sus energías espirituales y físicas a Cristo y a la Iglesia, permaneciendo siempre, como le gustaba llamarse, Petrus ultimus monachorum servus, Pedro, último siervo de los monjes.